N o voté por Duque. Debo admitir que estuve muy tentado. Me impidió hacerlo no tanto su falta de experiencia en el manejo del estado que era evidente, sino fundamentalmente la dificultad que entonces ya intuía, de construir un modelo de liderazgo propio ajeno a la sombra de su partido y sobre todo de su líder perpetuo.
No voté por el porque con todo y las dificultades que se evidencian de la implementación de un modelo alterno al de la guerra, soy de los que no prefieren “malo conocido” y no se resignan a buscar caminos alternos a los ya ensayados como equivocados.
En un artículo que escribí antes de las elecciones (mayo 25 del 2018) y que titulé “ Mi Voto: En Busca de Coherencia”, hice algunas reflexiones que, lejos de ser futurología, si se han probado como ciertas frente a un Presidente que tiene capacidades, pero le falta la independencia y el carácter que demanda el momento histórico.
He tenido la oportunidad de verlo en acción en varios foros, sobre todo de índole económico, y debo admitir que cada vez que me ha tocado oírlo, salgo con el total y absoluto convencimiento de que tiene la inteligencia y la capacidad de comunicación propios de los grandes líderes, pero no ha logrado despercudirse de la catapulta que lo lanzó, siendo ya hora de que encuentre su propia identidad.
Nuestro país no cuenta con un sistema de evaluación de desempeño Gubernamental que nos permita hacerle un seguimiento articulado a todos y cada uno de los indicadores de gestión del estado. Naciones Unidas tiene una muy interesante matriz creada hace años para medir eficiencia estatal. Estamos por supuesto hablando de ciencia ficción para la mayor parte de una población que incluso en los países del primer mundo, bailan es al son de quien les toca las fibras más íntimas, de su conexión con el gobernante y no de los indicadores puntuales del momento.
El Gobierno salió rajado según la encuesta de la República hecha a los empresarios, que se podría pensar es un foro altamente calificado para validar los indicadores de gestión de nuestro Gobierno. Pero incluso en escenarios que se pensarían sofisticados como el empresarial, las críticas parecieran las mismas y aparece subrayado: “falta de identidad”.
Y es que frente a algunas metas como baja inflación, crecimiento económico constante, seguridad nacional, escolaridad y bajo desempleo que entre otras eran compartidas por todos los candidatos, ponerse de acuerdo es relativamente fácil. Las cifras son las cifras, y basta oír al banco de la República o al director del DANE (cuando logra modular), para coincidir plenamente en que podíamos ir un poco mejor acá y allá. Ese es apenas parte del problema.
El problema real, el problema de fondo en países en donde la misma psiquis colectiva esta todavía en formación, es que seguimos necesitando de líderes que logren articular el clamor nacional de pobreza, desigualdad, temor y desesperanza y ponernos a marchar al unísono del cambio de hábitos colectivos que le den forma final a un producto que, como el nuestro, está en borrador.
Los grandes líderes son ante todo maestros en tomar el pulso de una nación, o de una organización, y trabajar con el ejemplo y con un discurso coherente, pocos pero muy firmes mensajes que al final transformen los valores colectivos.
Las sociedades como las organizaciones, solo empiezan a moldear un proceso de cambio, cuando logran alinearse alrededor de valores que son luego defendidos por el líder y por el establecimiento de una forma absolutamente contundente. Los discursos de los grandes líderes no hablaban de producto interno bruto, ni de déficit fiscal, hablaban de ideas de cambio, de esperanza, del poder de avanzar hacia un objetivo.
Duque escogió el camino de gobierno de partido que es definitivamente un camino de exclusión sobre todo en un país tan polarizado. Ese a mi juicio ha sido su gran equivocación. Y no solo porque se está perdiendo de la oportunidad de atraer a sus toldas a compatriotas que harían que su desafío fuera más ligero, sino porque el país empezaría a entender que su modelo no es sectario y que no es el líder de unos pocos.
Al final lo que el Presidente realmente tiene que entender, es que representa a toda una generación, esa que en diversas latitudes y en todos los ámbitos, está liderando los grandes cambios. No puede ser que se deje vestir con la ropa del abuelo cuando hace parte del grupo humano que habla de futuro, de disrupción, de tecnología, de cambio de modelos de negocio.
Creo que me pasa lo que a muchos Colombianos que están ávidos de un liderazgo transformador y que encuentra por momentos en el Presidente mensajes de esperanza, pero que cuando analiza su modelo de gobierno se da cuenta que representa el liderazgo trasnochado y retrógrado que sigue anclado en los valores de un partido que no se sale ni una coma de un modelo confrontacional y excluyente que no va a lograr la adhesión de un pueblo que anhela desesperadamente un nuevo modelo de futuro. Después de un año el Presidente todavía no se atreve. Su generación está asumiendo riesgos, no los defraude.