[Tweet ““Antes de ser líder, el éxito es crecer usted mismo. Después, de hacer crecer a otros”. – Jack Welch”]
S e acabaron las elecciones, la adrenalina del cambio, y las malditas encuestas (no sirven sino para desorientar), y después de la resaca del triunfo y la derrota, las conclusiones pudieran ser que este país sigue amarrado en una parte importante a las maquinarias, pero que en otra parte se empieza a generar algo de optimismo frente a la posibilidad de un cambio.
Las Farc perdió, pero lo hizo en las urnas bajo las reglas de la democracia; perdió también el Centro Democrático castigado incluso en Antioquia; perdió Petro y su discurso populista así quiera asumir como propio el triunfo de otros, en fin, perdió ese pasado caudillista y de extremos que tanto daño le ha hecho a nuestro país y que los electores de esa franja de opinión más informada castigaron.
Esto podría no tener mucho que ver con el título del artículo, pero síganme un minuto porque a mi juicio tiene todo que ver. Y es que, tanto en lo público como en lo privado, se empiezan a evidenciar vientos de cambio que podrían algunos argumentar se originan en un ejercicio de alta racionalidad y profundo juicio de un ciudadano cansado y muy informado, pero que, en la práctica, es una reacción altamente emocional de un ser humano defraudado.
Cada cuatro años (tiempo que coincide con las estadísticas de cambio promedio en el trabajo) los seres humanos nos enfrentamos a un cambio de rumbo. En el ámbito político, es el momento de hacer corte de cuentas, en un ejercicio que supone una valoración juiciosa y racional de las propuestas de renovación por las que generalmente votamos.
Lo mismo sucede en el ámbito profesional. Los ciclos de rotación generalmente marcan una tolerable dosis de cansancio que no solo son producto de la inmarcesible rutina que a todos termina por agobiarnos, sino sobre todo por el agotamiento del ciclo de aprendizaje que hace que no encontremos retos nuevos en nuestro trabajo y que consecuentemente y por obvias razones nos impulsa a querer mirar opciones nuevas.
Lo interesante de estos procesos, es que, si bien pudiéramos afirmar que se soportan en una estructura de alta racionalidad, finalmente son fundamentalmente emocionales. Y es que, y esto no es un gran descubrimiento, los seres humanos en una alta proporción estamos guiados por nuestro sistema límbico que gobierna casi todas nuestras acciones.
Maslow desarrolló en 1943 su famosa pirámide que dio pie a toda la teoría de la motivación humana y en donde la satisfacción de las necesidades fisiológicas estaba en la base. La seguridad, la amistad, la estima y la realización le seguían. Lo interesante es que cuando de democracia o vida profesional se trata, el ser humano pareciera saltarse este modelo motivacional, apelando a algo que Bertrand Russell explicó bien hace años en su discurso de aceptación del premio nobel: el deseo.
Russell decía como Maslow, que hay unos deseos primarios considerados vitales (alimento, refugio, ropa, etc) que son, cuando escasean, los grandes motivadores de la violencia y que en la práctica han sido el insumo del que se han valido políticos corruptos y empresas explotadores para mantener su vigencia.
Cuando el ser humano evoluciona, y deja, al menos en parte, estas necesidades atrás, se enfoca según Russell en los “deseos” secundarios que han guiado el comportamiento humano por siglos: la codicia, la rivalidad, la vanidad y el amor por el poder.
Estos encajan bien con los últimos estudios de la neurociencia: al ser humano lo movilizan líderes que logran penetrar la capa íntima de los deseos y que capturan desde la empatía su estado anímico, porque apelan a modelos de cambio en donde satisfacemos, al final, la ilusión de un mundo mejor en el que nosotros tengamos a su vez una cuota de mejoría.
Yo, con mi eterno optimismo, le daría una definición menos prosaica que Russell. Creo realmente que la evolución de nuestra sociedad ha permitido construir una capa social, tanto en lo profesional como en lo político, cuya emocionalidad esta unida a nuevos valores: los de la igualdad, sostenibilidad, e inclusión, por ejemplo. Creo que la rebeldía de la sociedad que votó por un nuevo rumbo y que hoy lo grita en el ámbito profesional, realmente ha modificado su estructura de valores en una marcha sin reversa hacia una sociedad más justa, y en lo laboral menos aburrida.
Es un cambio en donde ya no nos compran con discursos baratos. Lo hacen fundamentalmente con coherencia. Las cuerdas empiezan a vibrar con un nuevo set de valores en donde el líder esta realmente llamado a hacernos crecer como personas, lo demás, francamente, es carreta.