E n su maravilloso libro (La Cuarta Vuelta), los profesores Norte Americanos Howe y Strauss explican el porqué de las diferencias entre las distintas generaciones que hoy habitan el planeta. Su teoría está basada en que cada generación (hay una nueva cada 20 años), esta 100% determinada por el ciclo en que les toca crecer (social, político y económico) lo cual determina su ADN y la forma en cómo ven, actúan e influencian como generación frente a los grandes problemas de la humanidad.
Hasta aquí, realmente, no hay gran novedad en su estudio. Lo interesante es la asignación de arquetipos que hacen a cada una de las generaciones existentes (hay cinco) que en el caso de los Millennials han denominado como la de los Heroes. Estos héroes nacen en una época de pragmatismo individual, crecen como niños protegidos y deben asumir, ante la crisis histórica (económica y de valores), la sustitución del orden cívico existente por uno nuevo. Es el grupo humano destinado, con gran sacrificio, a asumir su papel histórico de manejo del cambio.
Estos héroes han y están liderando las grandes reformas globales: la lucha contra el calentamiento global; la protesta en pro de la inclusión social de todas las minorías; el uso y la promoción de energías alternativas; la equidad y la justicia social; el acceso masivo e igualitario a la educación; el emprendimiento como opción de carrera; el uso de tecnologías disruptivas para el cambio de todos y cada uno de los modelos de negocio existentes; la defensa de la paz y el dialogo como opción frente a la guerra y la defensa de la democracia.
Estos indignados, apalancados en las redes sociales y en su talante crítico, informado, directo y global, son una generación disruptiva. Son los creadores del crowdfunding, del blockchain, de las tecnologías de educación abiertas. Los fundadores de Facebook, Pinterest, Tumblr, Mashable, Instagram, Airbnb, Spotify, WordPress, Tappsi, y Rappi. Por si fuera poco son los líderes de los Gobiernos de Francia, Austria, Ucrania, Irlanda, y Estonia probando que su voz de cambio seduce no sólo en el ámbito privado sino también en el de lo social y en el de lo público.
Los temas globales de cambio no son muy diferentes a los nuestros. El acento por supuesto cambia en la medida en que nuestro grado de subdesarrollo, una guerra sin cuartel de décadas, el narcotráfico, una clase política corrupta como la que más, y un desequilibrio infame en el acceso a los recursos y lo que estos compran (educación, salud, vivienda y acceso tecnológico) han hecho de nuestro país la geografía perfecta para que surja una voz de cambio que nos seduzca a todos pero sobre todos a estos jóvenes héroes que quieren un país diferente al de sus mayores.
Caldo de cultivo este, perfecto, para que nuestra juventud se una a viva voz a aquellas candidatos que enarbolan el cambio. Difícil tarea para los candidatos de la vieja guardia, los que generacionalmente representan el pasado, lo que están atados al clientelismo y las prácticas corruptas de siempre, o aquellos que en su tibieza se quedaron en la cosmética del cambio pero son incapaces de personificarlo por falta de carácter o de convicción.
Este escenario es perfecto también para los populistas, los fabricantes de sueños y los ilusionistas. Aquellos que utilizan a los pobres, los incautos, los jóvenes y los indignados como materia prima para apoyar la causa de quienes han probado no tener ninguna sustancia ni capacidad gerencial para cerrar la brecha y cumplir con sus promesas de campaña.
Petro se ha alzado en este escenario con un lenguaje esperanzador, mesiánico, en donde con inteligencia toca uno a uno todos y cada uno de los problemas ya conocidos, recitando un decálogo de grandes cambios, enarbolando las banderas de la anti corrupción y posando de Robin Hood criollo cuando ya los Bogotanos hemos tenido, desafortunadamente, la oportunidad de ver (padecer es más correcto) su total incapacidad para llevar su tan bien elaborado discurso, a realizaciones concretas.
Y es que aunque se empeñe en mentir, y en asegurar que ahora va a ser capaz de hacer por Colombia lo que no fue capaz de hacer por Bogotá, sus números hablan por él y no es un sesgo mezquino personal, es simplemente la investigación de los entregables reales del ex alcalde. Le dejó a los Bogotanos, por sólo mencionar algunas, una multa de $70MMM en aguas de Bogotá con una inversión superior a los $254MMM que hoy tiene que ser arreglada; un sistema de Transmilenio con pérdidas superiores a los $2MMM diarios y demandas por 3 billones; un ensayo de motos eléctricas para policías que hoy son chatarra; sólo 2.930 viviendas de interés social de las 70.000 prometidas; sólo 6 jardines (hoy cerrados por falta de servicios públicos) de los 1.000 prometidos; 10 colegios de los 100 prometidos; sólo 1% de los colegios dejó en jornada única y 1500 contratos firmados al final de su mandato con incompetentes que no necesitaba la ciudad.
Y es que hay una brecha grande, inmensa, entre los líderes reformistas y los populistas. Los primeros lideran, los segundos prometen; los primeros ejecutan, los segundos mienten; los primeros cohesionan, los segundos dividen; los primeros se rodean en general del mejor talento, los segundos de mediocres sin experiencia ni capacidad alguna para contradecir a su jefe político; los primeros escuchan con humildad, los segundos dictan con arrogancia.
Petro dividió la ciudad entre buenos y malos, pobres y ricos, izquierda y derecha, norte y sur como hoy lo sigue haciendo en campaña. Su mensaje no es un mensaje esperanzador ni de amor, rotulo que usó en Bogotá; es al contrario un mensaje de odio, de revancha, de venganza.
Que bueno soñar, es necesario. Necesitamos un cambio profundo en nuestro sistema de valores, y un liderazgo que se enfoque no sólo en solucionar los grandes problemas, sino además de reformarnos como sociedad, de corregir nuestra cultura, de pavimentar el futuro.
No puede ser, que esos jóvenes héroes, llamados por la historia a liderar el cambio, se dejen llevar ingenuamente por un mensaje que no tiene sustento alguno en la capacidad gerencial del que lo emite para realizar el cambio. Colombia necesita una generación de jóvenes críticos, aguerridos, contradictores, exigentes y soñadores. Pero también de jóvenes informados. La historia de Petro como líder y como Gerente es demasiado reciente como para evadir las estadísticas.