“Si pudiera vivir nuevamente mi vida…en la próxima cometería más errores. No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más. Sería más tonto de lo que he sido, de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad…” Borges.
C arlos Raúl Yepes renunció a su cargo como CEO de Bancolombia. La carta de su hija María Luisa, amoroso reclamo de atención a su salud, fue el detonante para que finalmente el joven banquero diera un paso al costado a una edad en que muchos sueñan apenas con conquistar la cima.
De inmediato el mundo corporativo reaccionó con algo de inquietud, casi con incredulidad: Algo no nos están contando!. Y es que dentro de la ecuación de éxito, esa con la que venimos formateados desde la temprana infancia, los ejecutivos exitosos no se retiran, al menos no lo hacen cuando están jóvenes: ¡ el retiro es para disfrutar de la vejez!.
Pues Yepes rompió el esquema y tiene a más de uno pensando. El hombre de “le estamos poniendo el alma” estaba donando su cuerpo a la institución y sus repetidos quebrantos de salud prendieron las alarmas de su familia e hicieron eco en un ejecutivo que se probó así mismo que alcanzar la gloria corporativa no siempre es sinónimo de felicidad.
Esta discusión abre las compuertas de un análisis profundo alrededor de ese eterno conflicto del ser humano entre el éxito y la felicidad, el trabajo o la familia, el dinero o la salud, extremos entre los cuales nos debatimos a diario, a los que las organizaciones les gastamos millones en consultoría, y en donde las nuevas generaciones empiezan – con mucho tino- a revaluar los modelos y valores de sus mayores en donde “trabajar, trabajar y trabajar” era el valor supremo.
Las nuevas generaciones han empezado a retar un mundo corporativo que durante décadas diseñó su modelo organizacional pensando en que el trabajo duro, la disciplina férrea y la paciencia, compensarían con lujo años de esfuerzo y de entrega que serían compensados al final con un retiro digno, con tiempo para empezar a vivir.
El dinero, las mieles del poder, y el reconocimiento que llega con la edad, han empezado a ceder terreno como mecanismo organizacional para retener talento, y empiezan a tener que moldearse alrededor de valores en donde éxito no es sinónimo de jerarquía; logro no es sinónimo de tiempo en la oficina; liderazgo no es sinónimo de autoridad y riqueza no es sinónimo de dinero.
Las nuevas generaciones no tienen en su ecuación el de casa, carro y educación como factor de éxito a edad temprana. En su escala de admiración está por encima el que sabe al que tiene; el que comparte al que atesora; el que viaja al que asciende. Es una generación exigente frente a modelos de transparencia y trascendencia organizacional en donde el ser humano, su felicidad y su familia están en el centro del eje sobre el que se construye una marca y su capacidad para atraer talento.
Se equivocan por mucho aquellas organizaciones que creen que van a ser capaces de seguir reteniendo su mejor talento a punta de los bonos de turno y de discursos baratos que duran lo que dura el siguiente recorte de estructura.
El sentido de pertenencia del ejecutivo joven se logra armonizando un proyecto retador, un jefe que de retroalimentación genuina y oportuna, un ambiente respetuoso e incluyente, la tecnología como herramienta de productividad (no de esclavización), una cultura emprendedora que abrace el riesgo de equivocarse, un ambiente que priorice al ser detrás del escritorio y una compensación justa.
Bien por Yepes. Hay liderazgos que se evidencian incluso con la renuncia. Afortunadamente para él y su familia logró, seguramente, construir la libertad económica que facilita la decisión. No es desafortunadamente la realidad de la mayoría.
Lo que si es cierto, como en el “Si volviera a nacer” de Borges, es que el modelo que empieza a quedarse con los mejores jugadores del mercado, es aquel que logra un equilibrio: el del trabajo en sus justas proporciones.