H ay filosofías que no se entienden, por mucha literatura gerencial que se lea, sino cuando uno logra conocer de cerca los elementos constitutivos, esenciales si se quiere de una cultura particular. En mi caso, el tema puntual tiene que ver con la cultura Japonesa que acabo de tener la oportunidad de conocer de manera directa por unos pocos días, suficientes sin embargo para palpar el arraigo del método y el porqué del sistema Kaizen en la estructura empresarial Nipona exportada luego a todo el mundo.
El método Kaizen, que tiene en sus raíces (kai) que significa “cambio” y (zen) “beneficioso”, está realmente estructurado sobre profundas creencias de origen taoísta y budista que distinguen a los japoneses y que hicieron que esta sociedad en particular fuera tremendamente receptiva a las enseñanzas de Denim y Juran sobre las que se estructuró el método en el Japón de Posguerra que hizo de esta una de las economías de más alto crecimiento a nivel mundial.
Por decirlo de otro modo: sólo en Japón hubiera podido florecer como lo hizo este método porque su cultura era el caldo de cultivo perfecto para que brotara, como en ninguna otra sociedad, los aspectos claves de la mejora continua que luego se impartieron por el mundo y que han hecho tan exitosas a una gran cantidad de empresas.
En Japón hay una serie de valores sociales, trabajados durante milenios, que hace de esta una cultura muy particular, única si se quiere y que a pesar de haber adoptado prácticas de occidente los aleja de manera radical de la forma como aquí en estos lares se hacen las cosas.
El Japonés piensa primero en el beneficio general. Tiene un sentido de ética social llevado por supuesto a sus empresas que adoran como a un segundo hogar en donde el valor de pertenecer pero sobre todo la gratitud de hacerlo está muy por encima del beneficio propio. Aquí hay una diferencia abismal con lo que vemos en estas, las nuestras, que son sociedades de un individualismo a ultranza en donde el bien común para que lo digamos francamente, importa un carajo.
El Japonés es sensible como en ninguna parte del mundo a las limitaciones del espacio como quiera que el 70% del territorio son montañas, los valles fueron usados en gran parte para construir sus ciudades y por lo tanto se acostumbraron a vivir en pequeño sabiendo usar cada elemento de su entorno con un cuidado y esmero únicos. Esto habilitó por supuesto una creatividad fantástica y una sensibilidad inmensa hacia el diseño pero sobre todo a que las pocas cosas que se tienen alrededor funcionen a la perfección.
De la mano de esta característica crece otra que es la de la paciencia. Hacer pequeños cambios programados pero consistentes que hagan la diferencia en el largo plazo. El Japonés se toma su tiempo para hacer las cosas. Su arte, su papelería, su electrónica y sobre todo sus jardines son clara muestra de que cada pieza es pensada y hace parte de un proceso programado en donde nada sobra, en donde todo tiene un sentido armónico.
El Japonés es formal, valora los procesos, incluyendo el de conocerse, el de generar confianza. Saben que esta última no es producto de la empatía y el carisma que tanto cultivamos acá. La confianza es casi que un ritual que demanda tiempo, pruebas, no fé, y por lo tanto necesita de rituales que solo se maduran probando que el respeto y buena intención tienen que ir acompañados de un ritual de conocimiento mutuo en donde se entreguen pruebas de consistencia que lo hagan merecedor de esa confianza.
El japonés es respetuoso de la jerarquía. Valoran a sus mayores, su experiencia, su conocimiento, su esfuerzo y entrega madurada en el tiempo. Esta población envejecida, siendo una de las más longevas del mundo, venera a sus mayores a quienes se les debe por lo hecho, por lo recibido, y a quienes les ofrece la gratitud comenzando por escucharlos y siguiendo sus consejos.
Finalmente el japonés es limpio, de cuerpo y alma. Sus rituales de limpieza son realmente fuera de lo normal. Enseñan desde niños que los espacios son para cuidarlos y que la mugre es responsabilidad propia, arrancando por no hacerlo. Se llevan los desperdicios propios a casa para reciclarlos (es casi imposible conseguir en la calle un bote de basura). Los zapatos y la suciedad de la calle quedan afuera y adentro se vive con una pulcritud esmerada que hace del baño todo un ritual para el occidental del común.
Pero sobre todo son limpios de alma. La ética, hacer el bien y vivir con coherencia hace parte igual de su ritual. Esa bondad, entendida a veces por acá como ingenuidad, es simplemente respeto por valores superiores en donde las acciones tienen consecuencias, las reglas son pensadas y deben seguirse y se ciñen a ellas sin esfuerzo y con vehemencia.
El “cambio beneficioso”, está por construir en esta sociedad pero no es, desafortunadamente, un método gerencial comprable, es toda una cultura de comportamiento del ser humano que hace que abordar la perfección y hacerla con pulcritud demande de una cultura muy fuerte sentada en valores muy firmes que van a tomar mucho tiempo. Estamos a casi 24 horas de avión pero sobre todo muy lejos de tener consciencia como sociedad de los valores que queremos para madurar nuestro propio Kaizen.