H ay diferentes formas de llevar a una organización al fracaso. Sin duda, algunas son más creativas que otras, otras más seguras, pero en general el recetario de pecados organizacionales que hacen que una organización como el titanic, empiece un seguro y dramático declive hacia el naufragio pueden preverse con alguna claridad.
En esa permanente tensión entre la rentabilidad de corto plazo y la inversión en el futuro, se mezclan una serie de decisiones que, están probadas, debilitan el capital intelectual, alejan el talento, desbaratan la cultura interna y terminan como un cáncer maligno permeando la organización; que en su desespero para mantenerse a flote, usa cualquier tipo de droga de último minuto para evitar el colapso.
Una de esas sicopatías organizacionales complejas es lo que se ha dado en llamar el incesto organizacional. Sigmund Freud definió una relación incestuosa como aquella que “mantienen los miembros de un grupo o clan, que se identifican con un mismo símbolo”. De esta manera se sustituye el parentesco consanguineo por el simbólico”.
Suena complejo, al menos en términos psicoanalíticos, pero traducido al castellano, es de alguna manera la necesidad de un grupo de identificarse con una unidad superior a ellos mismos que los fuerza a no querer salir de su grupo.
A pesar de que razones naturales han limitado históricamente este tipo de promiscuidad evitando así aberraciones genéticas y psicológicas en los hijos engendrados, aunque exista como en el caso de Cleopatra evidencias de culturas en donde se practicó, la realidad es que en el mundo organizacional esta enfermedad es desafortunadamente un poco más común.
Las organizaciones incestuosas son aquellas que han preferido el aislamiento de su mundo externo, eliminando su capacidad crítica, acudiendo a la política y la adulación, así como a la atracción de talento manipulable al que se le pueda rápidamente lavar el cerebro para hacerlos “parte de la tribu”.
Todo aquel, que por alguna razón asume una posición crítica, o entra en el riesgoso plano de asumir posiciones analíticas que contradicen la ruta establecida, termina siendo expulsado rápidamente por el sistema, las más de las veces con calificativos de “peligrosos”.
Guardadas las proporciones se parece a algunas instituciones de tipo religioso, que tienen una serie de valores arraigados hasta la médula, cuyo decálogo de valores está escrito en piedra y que generan una secta homogénea de individuos cuyas tradiciones adquiridas los inhibe a mirar el mundo exterior.
Este tipo de organizaciones premian la obediencia, la lealtad, y un camino de ascenso en donde prima la política y el servilismo. Se discrimina fácilmente, son sexistas delegando tareas menores a los más “débiles” y tienden a medir con mucho cuidado a todos aquellos que muestren signos, así sean incipientes, de rebeldía, bajo el riesgo de ser acusados de traidores.
Desafortunadamente la globalización nos ha llevado a dos tipos de incesto de alto peligro. De una parte están las organizaciones de tipo familiar, que ante la impotencia para hacer a tiempo, los cambios necesarios, prefieren quedarse en él manejando un estado de letargo en donde frecuentemente se muerden el rabo y en donde el sistema mas “cómodo” para mantenerlo y justificarlo, es seguir premiando un sistema incestuoso.
La segunda causa son las adquisiciones de empresas extranjeras, que llegan a imponer rápidamente sus esquemas, procesos y valores, y en donde es crítico para ellos trabajar con “los suyos”, los “de la casa” para no correr riesgos de que existan talentos que distraigan el plan de conquista que generalmente está muy claramente diseñado.
Nada más peligroso en el mundo actual, de cara a los retos de la economía, que negarse a ver el mundo exterior y nutrirse de los conocimientos que trae el talento externo. En momentos en donde todas las organizaciones estamos llamados a construir modelos de disrupción sostenible, va a ser la fertilización de ideas las que generen los espacios para salir del atolladero.
Es el momento de rebelarse sino queremos empezar a tener hijos con cola de marrano como diría el maestro.