H ay una historia increíble de Malcolm Gladwell (todas sus historias suelen serlo), acerca de uno de los grandes conflictos en la historia del espionaje mundial que en su momento involucró al Reino Unido, la Unión Soviética y Estados Unidos. La historia gira alrededor de Kim Philby quien habiendo tenido una afiliación temprana con el comunismo, logro su camino de ascenso en el servicio de inteligencia Británico mientras era un doble agente Ruso. Philby termina como comúnmente ocurre en el mundo del espionaje desahuciado por los ingleses que finalmente lo descubren en la década de los sesenta y condecorado con la Orden de la bandera Roja reservada para los héroes de guerra Rusos. Philby terminó sus días en Rusia obviamente donde hoy reposan sus restos.
Lo interesante del caso Philby, al margen de su historia que ha dado pie a innumerables novelas, es que el servicio de inteligencia inglés, durante todo el periodo de investigación de lo que internamente se llegó a llamar los Cinco de Cambridge (fueron cinco los espías rusos), generó innumerables casos de falsos positivos. La paranoia generada al interior de esta sofisticada organización empezó a permear la psiquis de toda la alta gerencia del Servicio Ingles que creó por supuesto un clima de desconfianza que más que solucionar de raíz el problema, genero por supuesto una de las grandes crisis del espionaje internacional.
La historia tiene aplicación sin lugar a dudas en el mundo de corporativo de hoy que cobra victimas a diario producto del equivocado manejo de las intrigas, la mala comunicación, pero sobre todo una falta absoluta de políticas a nivel de gobierno corporativo para el manejo de crisis.
En general, después de los tan sonados Enron de este mundo, la mayor parte de las multinacionales han venido construyendo una serie de protocolos para administrar crisis de todo tipo. Las más de las veces el detonante es una situación de hecho producto las más de las veces de actos ilícitos, indelicados o de alto riesgo de uno de sus colaboradores que terminan generando en cascada riesgos reputacionales de marca mayor que demandan acciones inmediatas para evitar un mal mayor.
En sectores como el financiero por ejemplo, estas decisiones demandan acciones planeadas pero muy agiles so pena de crear desbandadas de clientes y retiro de fondos que pueden poner en riesgo a toda una institución. Pero no son sólo las entidades financieras ni las multinacionales las que deben tener una estrategia en remojo para el manejo de estos casos.
Las redes sociales han creado plataformas que hacen eco a problemas a veces menores que se vuelven en minutos Tsunamis de descontento que manchan la reputación de una institución. El reciente caso de matoneo de los Chompos en los Andes es, en mi humilde parecer, uno de esos casos en donde respuestas tibias, a destiempo, o grises lo que generan es el efecto contrario al que pudiera haber querido la institución.
Instituciones y empresas no pueden darse el lujo de hacer lo “políticamente correcto” cuando en el trasfondo lo serio es actuar de manera contundente en la defensa de los valores corporativos no importa las consecuencias que estos generen. Una institución como los Andes no puede tolerar, ni por un segundo, que se violen los principios de decencia, disfrazándolos de respeto por la libre expresión. La respuesta tardía y gris de la rectoría en este caso, lo único que hizo fue despertar todo tipo de dudas alrededor de los valores reales que defiende la institución.
Estos casos, como ha pasado también recientemente en los tan sonados casos del cartel de los pañales, de Cemex, y de muchos otros terminan al final generando falsos positivos laborales, que es un disfraz tonto del manejo de la supuesta seriedad que defiende la corporación, dándole a entender al mercado que se tomó una decisión contundente, cuando de fondo lo que hacen es irse por el camino facilista de sacrificar al débil, al que nada tuvo que ver con el problema, o incluso a la víctima todo para quedar bien frente al mercado.
Nada peor que subestimar la inteligencia colectiva. La política en estos casos es el peor de los remedios. Las organizaciones y sus gobiernos deben estar preparadas para lidiar con la naturaleza humana, por esencia frágil e imperfecta, actuar de manera rápida, pero siempre defendiendo los valores reales que generalmente, y en mayúsculas, tienen escritas en su misión.
Nada peor para un colaborador de una organización o para un cliente, que ver como sus directivas deciden tomar el camino fácil de sacrificar a alguien, para quedar bien ante un público que por supuesto no come entero y que termina desmoralizándose ante la falta de coherencia y de justicia con la que se manejan estos casos.
Se cuentan por millones los casos de falsos positivos laborales. Se sacrifica por supuesto al débil, pero detrás de este, se sacrifica sobre todo la dignidad corporativa, el liderazgo de la institución, y los valores sobre los cuales teóricamente está edificada la empresa o la institución generando por supuesto el peor de los sentimientos, el de la pérdida de confianza.