En 1992, James Carville, asesor y estratega de la campaña Clinton contra Bush, señaló que la campaña debía enfocarse en cuestiones relacionadas con la vida cotidiana del ciudadano y sus necesidades más inmediatas. Fue así que, para que todos mantuvieran su enfoque, pegó dos carteles en la pared: el primero decía “Cambio vs más de los mismo”. El segundo rezaba “ La economía, ¡estúpido¡ . Esta frase se convirtió en un eslogan no oficial de la ganadora empresa electoral demócrata que llevaría a Clinton a ocho años de mandato.
Casi dos décadas después, ahora que la pandemia fue la gota que rebosó el vaso del cambio que ya había comenzado y que alteraba todas las ecuaciones económicas y empresariales, la variable ya no solo es de economía, sino sobre todo de liderazgo, que sale a flote como herramienta fundamental, porque no, salvadora, en momentos en donde todos, sin excepción, queremos tener algún salva vidas del que agarrarnos.
John Maxwell, experto en estas lides, decía que el ha aprendido a través del tiempo que “el liderazgo es liderazgo, no importa a donde vaya o lo que haga.Los tiempos cambian, la tecnología avanza, las culturas varían de un lugar a otro, pero los verdaderos principios de liderazgo son constantes”.
Nuestro país ya sabemos, es más, lo vemos a diario en el batallar político local, tiene una distorsión histórica muy complicada frente a cómo opera el líder y que se exige de él, y se ha encargado de fomentar uno de los mayores pecados del liderazgo, y es que la primera responsabilidad del líder es la de generar más líderes y no más seguidores.
Nuestro escenario local, ese que “conversa” a través de twiter, no es más que una guerra permanente de seguidores, que desde esquinas distintas se levantan, animados por sus caudillos de turno, a desprestigiar, deslegitimar, y por supuesto insultar al de la otra esquina, sin proponer, generalmente, nada.
El liderazgo, como decía Warren Benis, se diferencia de la gestión, en que esta última se da para que la gente haga lo que tiene que hacer, y el liderazgo para que la gente quiera hacer lo que haya que hacer. Los diagnósticos de uno y otro generalmente coinciden, pero es la parte motivacional, esa que nos ata a un propósito común, lo que distancia a un líder de un gerente.
Lo estamos viviendo en carne propia con el manejo de la pandemia y el permanente dilema que esta nos plantea como sociedad de darle un justo medio a la defensa de la vida, y la defensa de nuestro modelo económico. Hemos visto a lo largo del país, en general, creo yo, buenos gerentes. Personas que con el mejor ánimo, han planteado una “pedagogía” como dice el presidente Duque, para que la gente entienda que tiene que hacer. El problema a mi juicio es que no hemos pasado a la instancia de querer hacer lo que hay que hacer.
El elemento cohesionador, ese que generalmente rompe el hechizo, tanto en lo público como en lo privado, se llama propósito. Es llevarnos como colectivo a un estadio de reflexión de un “por qué”, de ese algo que hará que nuestras vidas, así implique un gran sacrificio, salgan transformadas. Es por decirlo así un ¡pie de lucha¡, un elemento que haga vibrar nuestras entrañas, que movilice, que traspase las limitaciones que plantea lo racional, y nos permita operar desde lo emocional, desde el afecto, desde un propósito de cambio.
Los líderes no son grandes expertos. Los líderes no tienen la vara mágica. Los líderes lo que son, es grandes movilizadores. Maestros en el arte de llegar al corazón de un grupo que abraza las mismas ideas, cree en los mismos propósitos y están dispuestos a dar todo de si, con sacrificios a veces impensables, precisamente porque creen que eso por lo que luchan es lo mejor para ellos y para sus familias.
Que bueno contar con buenos gerentes en época de crisis. Da tranquilidad estar recorriendo este difícil camino utilizando las mejores armas que tenemos a nuestro alcance para mitigar el impacto de este tsunami. Sin embargo, no es suficiente.
Esta sociedad, que a veces pareciera sigue anclada en el pasado, y que vivió de caudillos que prometían siempre un cambio que nunca llegó, necesita que surjan esos líderes que, aprovechando la histórica oportunidad de cambio que se nos plantea, sean capaces de removernos las entrañas y comprometernos con un proceso común del cambio que tanto anhelamos.