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H ace más de 15 años Lilian Glass escribió su clásico “Toxic People” (Gente Tóxica) que sin bien tenía un enfoque más existencialista que laboral, ha tenido una gran cantidad de derivaciones aplicables al ámbito corporativo que por el simple hecho de contar entre sus filas con seres humanos, vive a diario, desafortunadamente, la problemática tóxica de sus enseñanzas.
Es conocido el dicho de que las personas no renuncian a la empresa sino a su jefe, y en esta materia, cuando te gente tóxica se trata, tanto jefes como colaboradores comparten, desafortunadamente calificativos similares: El pesimista, el oportunista, la víctima, el dueño de la verdad, el inmutable, el acosador, el malhumorado, el diletante, el inmutable , el chismoso, el tirano, en fin una innumerable cantidad de personalidades que afectan nuestro entorno organizacional de una manera u otra y que son fuente de miles de conflictos laborales en entornos que no siempre han logrado manejar el problema.
Me puse a leer del tema y en materia de toxicidad el listado es bien largo; sin embargo, no encontré uno en particular que últimamente en el entorno Colombiano cobra una vigencia inusitada: el Sapo. Digo que cobra vigencia porque, a pesar de su desagradable comportamiento, caracterizado por ganarse los favores del establecimiento señalando o acusando a los demás, la verdad es que hoy en nuestro país pareciera no solo tener cobijo legal sino que al paso que vamos se va a volver obligatorio.
Hablo por supuesto del drama de nuestro sistema jurídico, que en diferentes ámbitos ha echado mano de la eficiente figura de la “delación” (termino jurídico para Sapear), para obtener de este batracio información relevante que luego es utilizada en favor del proceso y en contra del sapeado, para sustentar la acusación y nutrir al proceso de la información probatoria del caso.
Los casos son múltiples y traspasan las barreras de lo penal, sistema que ha utilizado el modelo en múltiples procesos pero que empieza a desfigurarse en la medida en que los mismos autores intelectuales, usan la figura para, acusando a quienes fueron sus subalternos, obtener los favores de la ley y terminar con rebajas sustanciales de condena que se pagan las más de las veces desde sus casas.
Es el caso del tan sonado cartel de la contratación: Estos ilustres sapos, que desfalcaron a todos los Colombianos con el máximo del descaro y del cinismo que generalmente acompaña a los delincuentes de cuello blanco, cubiertos hoy con el halo de “colaboradores de la justicia” que les extiende jugosos beneficios para terminar de pagar su pena en casa, habiendo declarado en contra de quienes fueron sus subalternos.
Lo mismo se anunció recientemente alrededor de Juan Carlos Ortiz y Tomás Jaramillo, que entran a obtener una rebaja importante de penas no sólo por la aceptación de sus cargos sino por entrar a “apoyar” a la justicia entregando información “fundamental” de quienes fueron sus cómplices que funciona mejor frente a la justicia que llamarlos subalternos encargados de ejecutar órdenes.
Algo similar acabamos de ver con el fallo de la Super frente a Kimberly, que sale exonerada de las multas del cartel del papel higiénico, por haber sido más veloz (buenos abogados si tiene) en el acto de sapear a sus antiguos compinches, hoy mal llamados competidores por la superintendencia. Kimberly se ahorró la nada despreciable suma de $68.945MM por colaborar con una justicia que pareciera, con tal de dar golpes de opinión, se apoya en mecanismos legales, pero harto injustos, para cerrar el caso. Nada raro que Kimberly, que tan bien está metida en el rollo del cartel de los pañales, en vez de salir untada salga nuevamente exonerada.
En el país del ser pilo paga, nuestra justicia está, en mi humilde criterio, dando un mensaje funesto y contradictorio a esas mismas generaciones. Cobijados por leyes efectistas, estamos viendo con reiteración como en Colombia es más rentable estar por fuera de la ley. A las amnistías, los indultos, y demás mecanismos truculentos creados para hacerse el de la vista gorda y hacer borrón y cuenta nueva, ahora debemos sumarle la muy rentable figura de la delación que no sólo entra a valorizar la terrible conducta del Sapo sino que por demás la hace rentable.