A yer dicté un Webex para casi seiscientos Uniandinos y Uniandinas que están en proceso bien sea de buscar su primer empleo o, por razones diversas, buscando un cambio profesional. Difícil panorama sin duda, sobre todo desde el manejo de lo emocional, para todos aquellos que están viendo como de alguna manera la pandemia les arrebata sus sueños, limita sus opciones de carrera, y los obliga, en muchos casos, a plantearse escenarios alternos que no estaban en sus planes.
La cuarentena nos plantea, filosóficamente hablando, un dilema. Estos, de acuerdo a una definición que recientemente le leí a la filósofa Bioética Maria Lucia Rivera, son inevitables, son trágicos (no hay dilemas sobre cosas buenas, aunque coloquialmente les demos ese sentido) y son moralmente irresolubles, lo que hace que no tengan una forma ética de ser manejados.
Es de alguna manera lo que nos estamos planteando como sociedad en este momento: cuidamos la salud de nuestros ciudadanos y los dejamos encuarentenados hasta que tengamos una solución médica para su destierro, o, gradualmente, soltamos amarras y dejamos que retomen su vida laboral a sabiendas de que de no hacerlo, muchas empresas van a quebrar y muchas personas podrían perder su trabajo con las terribles consecuencias que esto implica, pero aumentaremos el contagio.
No hay solución precisa. Nadie tiene la fórmula secreta. Menos aún en un país como el nuestro con todas las carencias económicas de las que adolecemos, las debilidades médicas que limitan la medición del contagio, el cáncer moral de la corrupción que no respeta ni siquiera a las tragedias y las taras de liderazgo que nos aquejan.
La discusión de fondo tal y como la plantea Rivera no es como resolvemos el dilema, sino en que nos convertimos al resolver este dramático acontecimiento. Esa para mí, es como diría un profesor del colegio, el “meollo del asunto”. Y es que, aunque tratemos a todas luces de defender el modelo, el que escogimos, al que le hacíamos fila para ir a trabajar, la realidad es que ese modelo económico ya venía dando serias señales de debilidad, generando como se evidencia, enormes injusticias sociales y ambientales que de ninguna manera podemos aceptar como normales.
El sistema empresarial, que venía trabajando a buen ritmo con una inercia cómoda que muchas veces oculta nuestros defectos, estaba lleno de inoperancias, desequilibrios y debilidades que tenemos que revisar como sociedad si, de alguna manera, queremos aprender de este desastroso acontecimiento, para salir fortalecidos a plantear escenarios de cambio que son necesarios.
La mayor solución, por ejemplo, a nuestro caótico sistema de transporte, ineficiente, caro, y contaminante, está en que migremos hacia escenarios de virtualidad que permitan que mucha gente, esa que no necesita desplazarse, trabaje desde casa, o en horarios alternos a las horas pico.
La mayor solución a la lentitud organizacional para tomar decisiones, a la concentración de poder en la cúpula, a la parálisis por análisis de equipos que no se ponen de acuerdo, a la falta de audacia para asumir riesgos, está en construir culturas organizacionales que sean capaces de compartir información con todo su equipo, que rompan silos, que articulen bien la experiencia con la juventud, y que trabajen en equipos multidisciplinarios realmente capaces de acelerar los proyectos de cara a las necesidades de su cliente.
La mayor solución a la falta de innovación y creatividad está en cambiar la estructura de poder y la forma en como compensamos a nuestros colaboradores, migrando hacia culturas de emprendedores, dolientes incluso accionariamente de nuestra organización, habidos de conocimiento y de ganas de explorar el mundo bien lejanos al aislamiento colectivo que caracterizó a un país en donde por décadas solo se habló bogotano.
La mayor solución al desequilibrio económico es empezar a pensar en esquemas en donde el retorno se mida no solo por la capacidad de la empresa de generar utilidades a sus socios, sino también por su capacidad para manejar de manera responsable el ecosistema y de impactar de manera favorable a sus trabajadores y a las comunidades con las que trabaja.
Estamos en crisis y nuestra creatividad debe estar puesta al cien por ciento en salir de ella. Pero no podemos dejar pasar esta oportunidad para plantearnos las preguntas críticas, las de fondo, las que nos hagan mejores ciudadanos, mejores empresarios, pero sobre todo mejores seres humanos.
Tenemos que ser capaces de darle a todos esos jóvenes que salen al mundo laboral con la ansiedad que produce el infortunio, una voz de aliento de que trabajaremos con ellos para que disfruten de un futuro que se ha planteado y que ha solucionado de raíz todos estos dilemas que nos ha propuesto este desastre. Tenemos que ser capaces de construirles una realidad distinta, en donde saquemos a cientos de la situación de vulnerabilidad, reconstruyamos nuestra escala de valores y edifiquemos un mundo más justo. De lo contario: ¿en que nos convertiremos? .