Creo que ya estamos acostumbrados a oír lo maravillosos y capaces que son los profesionales y ejecutivos Colombianos. Si revisan las entrevistas que sobre talento se les hace a diferentes líderes empresariales, verán coincidencia frente a cómo los ejecutivos y ejecutivas nuestros son en general: considerados, inquietos, adaptables, con una gran capacidad de trabajo, orientación al resultado, habilidad analítica y don de gentes.Puede ser un resumen simplista, y debo estar dejando de lado una que otra competencia, pero creo que en general el listado es bastante aproximado.De lo que poco se habla es de nuestros defectos, de nuestras brechas colectivas y de cuales de ellas no sólo tienen un impacto empresarial sino también social.
Algo había escrito alrededor del tema en un artículo anterior (aquí-no-respetan-la-joda), pero con un enfoque diferente. En esta ocasión creo que es importante poner sobre la mesa el hecho de que en general los Colombianos, y de esto no se escapa el sector ejecutivo, somos malos para asumir posiciones y defender nuestros criterios, especialmente si son contrarios a las de los superiores jerárquicos, lo que llevado al ámbito colectivo se convierte en la oportunidad perdida de manejar una inteligente y creativa dialéctica constructiva.
No quiero teorizar sobre lo que desconozco, a pesar de que siento que en el fondo cultivamos un respeto hacia las jerarquías equivocado: El mayor siempre tenía la razón y no era educado contradecirlo. Puede que la tara social de ser tan políticos o tan poco confrontacionales, se vea además acentuado en algunas de nuestras sub-culturas en donde el respecto por el mayor raya en lo reverencial, y en el plano organizacional esta característica se realza por diseño ya que seguimos teniendo estructuras que veneran los años de experiencia y el poder entregado por jerarquía.
He tenido la oportunidad de hablar este tema con algunos ejecutivos extranjeros, que si bien resaltan de nuestro grupo humano una gran cantidad de valores que sin duda tenemos,si les impresiona el hecho de que en general nos cueste asumir el riesgo de confrontar, abiertamente, con pasión, defendiendo una posición y batiéndose con energía en un duelo intelectual. Confundimos pasión con grosería y calificamos de pedantes aquellos que de alguna manera se atreven abiertamente a disentir.
En el plano corporativo no deja de ser una debilidad complicada. Si nos ponemos a pensar, la mayor responsabilidad , pero a la vez el mayor disfrute de llegar a la alta gerencia debería ser nuestra capacidad de incidir en las decisiones estratégicas, que de paso solo se logra cuando se construye un equipo capaz de discutir, para sacar al final lo mejor de un grupo de mentes capaces.Pasar de agache, o aceptar en silencio, es sin duda un gran error. Es como dicen coloquialmente los jóvenes ser “inaportantes”.
Como sociedad nos pasa un poco lo mismo. Idolatría por esas mentes brillantes a las que elevamos a niveles de “intocables”, donde su palabra es ley de Dios. Caudillismo delirante, de equipos inexistentes, simplemente seguidores fieles, casi que bobos, sin capacidad por confrontar desde el plano de las ideas. Compradores de dogmas.
Tengo esperanza en la generación Y, que ha crecido en un mundo cuyo diseño social respeta la mal llamada “irreverencia” intelectual, que no come callada y con una increíble capacidad crítica. Creo que se le abre al país la enorme posibilidad de que le agreguemos a nuestras reconocidas capacidades, una nueva, la de usar el conflicto constructivamente.
Les dejo el video de Margaret Hefernnan precisamente sobre el valor de estar en desacuerdo, que trae evidencias claras de como las mentes mas brillantes no han diseñado equipos de clones, sino al contrario equipos con la obligación de refutar y poner a prueba las decisiones de sus superiores como la mejor alternativa de llegar a conclusiones ideales.