El cine, casi siempre, nos sirve de ancla con la vida real. No se si les pasa pero, a veces, incluso en las más osadas historias de ficción, nos sentimos representados, co-protagonistas de una historia , partícipes de las memorias de alguién, al menos de su imaginación que por momentos, contrastadas con esta loca realidad, nos plantean el dilema de si lo que vivimos es una creación propía o , simplemente, nuestra interpretación de una historia orquestada por alguién más, un gran guión del que por momentos nos sentimos con algo de frustracion actores secundarios..
El fin de semana me vi el Castillo de Cristal (Netflix). Las críticas no son tan buenas (había expectativas de nominación al Oscar), pero, en general, a mi me gustó. Basada en las memorias de la periodista Jeannette Walls, la trama, gira alrededor de una familia disfuncional, muy fundamentalmente de una pareja disfuncional, que tiene ideas bastantes particulares de como llevar su vida y, bien excéntricas de cómo educar a sus hijos.
La historia gira alrededor de Naomi Watts y Woody Harrelson (muy buena actuación), el padre de la manada, un soñador, con un claro magnetismo personal, que gravita entre la realidad y la fantasía, guiado por una increible imaginación, una inteligencia creativa, una muy fuerte capacidad para vender sus argumentos, pero que, traicionado por su personalidad y por el alcohol, nunca logra construir nada ni terminar un solo proyecto, sobre todo aquel de construir para su familia un hogar ideal, un castillo de cristal, un escenario perfecto de interacción para los suyos. Obliga por supuesto a sus hijos a hacerse cargo y armar, a punta de pura voluntad, un destino propio ante las locuras de sus padres.
No terminaba de ver la película cuando el noticiero me devolvió a la realidad, a la nuestra, aquella en donde sin duda somos protagonistas aunque por momentos quisiera que fuese solamente un guión de cine dramático, muy frecuentemente de terror. Los titulares hablaban del asesinato sistemático de los líderes sociales (esos que se endilgaban a la irreponsabilidad del gobierno anterior); del discurso del Presidente en la Onu pidiendo sustitución de deuda externa por “acción climática” (al tiempo que la mineria ilegal deja cráteres inmensos y contamina rios en toda nuestra geografía); de la “retención” (ya no es secuestro) de la fuerza pública a manos de campesinos e indigenas con capacidad de imponer su propia ley; de la “paz total” esa que tiene al ELN, al clan del golfo y a otra gran cantidad de fuerzas delincuenciales imponiendo la fuerza en territorios donde se desapareció el estado si es que alguna vez estuvo; y de los proyectos de ley, el de salud para arrancar, un fiasco de reforma, que se aceita con burocracia y mermelada, esa que tanto criticó el gobierno cuando era oposición.
Y,..el guión sigue. Una historia inconclusa que mantiene al espectador en tensión permanente presa del pánico ante lo inesperado, pero en donde el Presidente, protagonista de esta historia, delira desde su ego, preso de ideas fantásticas casi todas irrealizables, y que en general, nunca las lleva a la práctica por lo mismo, por excentricas, por fantasiosas, por ingenuas, porque no tiene con quién así el discurso deleite a los incautos que abrazan un futuro de cristal como se aferra el naufrago a su tabla salvando fuerzas para sobrevivir.
No fuí, ni soy Petrista, aunque casé más de una pelea cuando anuncié que lo prefería, de lejos, a la opción de Rodolfo. De alguna manera me ilusionaba el cambio, ensayar algo nuevo, darle espacio al “progresismo”, a un aire que ya recorría el continente pero que nunca había llegado a Colombia. Le desee, le deseo, toda la suerte (quien no quiere que haya un buen gobierno) y que materialicemos cambios en un país tan descuadernado y desigual. Pero a Petro le pasa lo que al protagonista de la película: su capacidad de seducir con un buen discurso es amplia; la de acompañarse de gente competente muy limitada;sus habilidades ejecutivas muy deficientes; su capacidad para improvisar fantástica, y su modelo de liderazgo,..bueno, el del líder mesiánico, esos que no admiten contradictores sino aduladores esperanzados por un milagro.
Soy un Colombiano enamorado de su país, sobre todo de su gente. Mi oficio me permite conocer a diario compatriotas extraordinarios, llenos de ideas, de mística, de capacidad de trabajo y de capacidad emprendedora. Esa misma capacidad que con tesón ha construido empresa, talento hoy de exportación que pone en alto la bandera nuestra en todos los continentes. Colombianos que se ponen la camiseta amarilla a diario, una selección de 42 millones de compatriotas que cada cuatro años, miramos esperanzados a nuestro líder de turno para que logre aterrizar promesas en acciones concretas. Cómo frustra la falta de rumbo, cómo duele la improvisación, cómo cuesta la división en un país que le estaba apostando a un cambio de cultura.
Espero estar equivocado, sigo apostando por un cambio. Pero como dicen por ahi,…del dicho al hecho…?