Cuando acompaño procesos de marca personal, sobre todo aquellos que están destinados a ampliar las posibilidades de un cambio en empleabilidad, usualmente me encuentro que estos cambios, más que motivados por un deseo de fortalecer habilidades y competencias, tienen un desbalance muy claro de alineación entre lo que sabemos hacer, lo que amamos hacer y el legado que queremos dejar.
A esta ecuación, que alinea estos elementos con el último, no menos importante que es todo aquello por lo cual se nos paga, se le ha denominado Ikigai, concepto japonés que se estudió a fondo al investigar unas pocas poblaciones en el mundo que, por razones muy extrañas, tenían un ponderado de longevidad muy diferente y mucho más alto al resto del mundo.
Lo que los estudiosos del tema encontraron como diferencia con el resto de la población mundial laboral, es que estos ancianos felices, a diferencia del resto, habían encontrado, desde muy temprano en su vida, que no era su profesión (aquello en que somos buenos y por lo que nos pagan);ni su pasión (aquello que amamos); ni su vocación (aquello que el mundo necesita y que apropiamos) lo que los hacía diferentes. Su gran diferencia radicaba en que habian encontrado profesiones u oficios, que al ejercerlos con pasión hacían una diferencia para su comunidad o su país: habían balanceado su fórmula.
Estos ancianos encontaron que el universo, por alguna extraña razón, se alinea de manera curiosa para darle un sentido vital a sus talentos, remunerando bien su esfuerzo, pero no solo en dinero y en un buen vivir, sobre todo en el sano reconocimiento que se logra cuando se hacen las cosas con sentido, y en los lazos que se construyen en el camino.
Trabajo a diario con talento, diría que con talento extraordinario. Profesionales caon capacidades increibles para transformar y agregar valor. El problema muchas veces es que se hace o en el sitio equivocado o por las razones equivocadas. Cuando cualquiera de estos cuatro elementos se desbalancea pasa algo curioso y es que casi que de inmediato, el cuerpo y la mente empiezan a sentir una inclinación, como una mesa coja, que altera totalmente la energía que al final, por obvias razones, termina incluso somatizándose alterando la tranquilidad, el sueño, el genio y al cabo de un tiempo incluso nuestra productividad.
Esto todo suena como a filosofía barata o comentario de auto ayuda, pero la verdad, es que funciona y he visto una y otra vez cómo, lo que debemos hacer es invertir es revisar a fondo los conceptos, entender como se materializa en cada uno de nosotros, y cual es el Ikigai propio antes de todar decisiones desesperadas que casi nunca son buen consejero.