L e he dedicado parte importante de mi vida profesional a trabajar en consultoría de talento. Debo admitir, que esta, que he hecho mi profesión, ha pasado por varias etapas no todas ellas tan loables ni desprovistas de esa necesidad tan humana de “ganarnos la vida”, y en la medida en que he evolucionado con ella y dentro de ella, he venido a descubrir, con el tiempo, que más que la profesión del reclutador ejecutivo que encuentra talentos, lo que realmente me apasiona del oficio es descubrir seres humanos increíbles: estrellas.
Si, el “Head Hunting”, calificativo de por si antipático, he venido a entender es una profesión increíble en la medida en que se entienda su esencia, que más que la de identificar talento y seducirlo para que haga parte de una organización, es la de identificar intereses mutuos que se necesitan en un momento del tiempo para que, si todo sale bien, ojalá sean relaciones estables y felices que se nutren en el tiempo cuando los une un propósito común.
Tengo de estas miles de historias construidas en más de veinte años de quehacer profesional. Historias de gratitud que vienen no solo de empresas que cada vez dependen más de colaboradores con talento, y de profesionales, para quienes un cambio, debo decir un buen cambio, no solo transforma en buena medida su futuro, sino que a su vez transforma su entorno.
Estas últimas, afortunadamente, son cada vez más frecuentes. En la medida en que la industria del reclutamiento ejecutivo ha cambiado, dándole poder al individuo de visibilizar su talento, el ecosistema empresarial ha tenido que ir migrando sus políticas y sistemas de atracción, dándole más poder a ese individuo capaz de transformar, de hacer la diferencia.
Si nos ponemos a pensar, hace veinte años se nos contrataba (hablo de nosotros los head hunters) porque éramos dueños de la información. Nuestras bases de datos, tenían la capacidad de aportarle al empresario, con algo de precisión y de rapidez, al profesional que este buscaba para un rol específico. Éramos médicos generalistas que operábamos en todas las industrias, y en todas las funciones, sin distingo de especialidad alguna, y en donde se premiaba nuestra cercanía a un cliente que nos otorgaba poderes sobre naturales de identificación de talento.
En esta ecuación, el talento era sujeto pasivo: era identificado. Nuestro poder radicaba en hacerlo visible porque, en general, quien hasta el momento había tenido el poder de manejar su carrera, su marca, era la empresa de turno para la cual trabajaba.
Eso mundo cambió, y lo hizo radicalmente. Linkedin, hoy la mayor plataforma global de administración de talento, nace precisamente en el 2002 (años después lo compraría Microsoft por una suma astronómica), y con su nacimiento, cambió las reglas, para siempre, de la potencialidad que cada profesional tenía de hacer visible sus habilidades, su historia, su experiencia, todo aquello que al final edifica nuestra reputación y le dió a los hoy mas de 700 millones de individuos que lo habitan, un megáfono para pregonar su historia.
No fue Peters con su “Me, Inc” que es a quién le atribuimos la génesis de la marca personal. Fueron plataformas que como Linkedin nos dieron, a todos, la potencialidad de hablar de nosotros mismos sin temor, con orgullo, y dar a conocer nuestras propuestas de valor a un mercado que, ya para entonces, sentía como sucede hoy en el deporte profesional, que son los talentos bien administrados los que hacen la diferencia y construyen historias de éxito.
En ese instante, podría decirse que mi carrera cambió, y de forma casi mágica, encontré mi verdadero propósito. No solo me hice consciente de la valía del individuo y su capacidad de transformar el mundo empresarial, sino que a la par supe, que parte fundamental de mi trabajo tenía que ser el conocer a esos grandes transformadores, al ser humano detrás de esas historias, y ayudarles, como tal vez lo hacen los mejores scouts deportivos, a administrar su talento, pulir su historia, capacitarlos en la forma en como estructuran su narrativa, y de esta manera hacerlos visibles en una constelación de estrellas en donde no solo se debe brillar, hay que hacerlo con mayor intensidad.
Llevo años estudiando la hoy ciencia de la marca personal. Fueron los mismos veinte años en que las redes sociales abren espacios nuevos a las marcas comerciales para llegar de una manera más cercana, más personal, podríamos decir que íntima, a un consumidor que hoy consume con reglas diferentes.
Esas mismas plataformas habilitaron la forma en como cada individuo logra audiencia y visibilidad y de esta manera se vuelve gestor de su historia, gerente de su proyecto vital, socio de su propia empresa y contratista global en un mundo que, ya hoy, no tiene fronteras.
Difícil verle el lado negativo a esta evolución. Toda creación, sin embargo, por buena que sea admite detractores que abusan de sus bondades.
El talento es un proceso en si mismo que se forja con el tiempo y que se traduce en construcción de valor. Cuando este proceso se invierte, y lo que se busca en si mismo es visibilidad, ese afán desaforado por los “likes” y los “followers”, la brújula se daña y terminamos, generalmente, en el destino equivocado. Esto va atado generalmente a un afán desmedido por la fama en individuos inmaduros que creen en esta como un fin último y genuino descuidando el proceso, la disciplina y la tenacidad que acompaña a los verdaderos cracks.
Esto cosifica de manera vil, baja y aterradora al ser humano. Lo hace parte de la cadena de consumo en donde siempre, siempre, habrá clientes que se dejan despistar por un buen mercadeo, pero que al final terminan consumiendo un mal producto. De esto tal vez todos hemos probado, y para esto también sirve hoy la plataforma.
Finalmente, la saturación, esa incalculable y a veces inmanejable cantidad de bits y bytes que nos aturden por todas las redes ha generado fobias y distorsiones que hay que saber administrar. Ese afán del ser humano actual de ser perfecto, mostrarlo y posar antes su público como aquel o aquella que más “triunfos ha conseguido” modela un internauta ultra conectado, necesitado de permanente refrendación, inseguro de si mismo, que antes que construir valores y habilidades estructurales, se preocupa por modelar su “marca” ante “su público”.
De estos casos hemos visto miles, tal vez millones, cuyo fin último es ser influenciador pero que no aguantan la más mínima valoración. Son puro empaque, tal vez bien comunicado, pero sin estructura, sin esencia, sin propósito, simplemente seres inseguros ávidos de atención y fama que, por lo mismo, será siempre, la de la estrella fugaz.