“La miseria depara al hombre extraños compañeros de cama (la Tempestad)” – William Shakespeare
H ablar de un futuro cierto, ahora, en medio de la crisis, suena tan irresponsable como necesario. Sobre todo cuando futuro, que lo digan quienes hacen planeación y análisis de escenarios, pasó a ser una semana a lo mucho, en momentos en donde las perspectivas de caja de las empresas a nivel global de acuerdo a un estudio realizado por JP Morgan, está en los 27 días y las presiones internas son las de darle oxígeno a un paciente que llevamos a coma inducido a la espera de una cura que, por lo menos hoy, se ve todavía lejana.
Nadie sabe que va a pasar, pero lo cierto, cuando la mayoría de la población global lleva más de un mes encerrada, es que este tiempo, que algunos más fatalistas señalan como necesario, ya lo ha vivido la historia, varias veces, y podríamos decir que sin excepción, dejó enseñanzas, construyó nuevos hábitos, y generó anticuerpos que la sociedad se encargó de utilizarlos como motor de una nueva era, siempre mejor, más próspera, porque no, más justa, en donde se repiensa la humanidad, se reconstruye el ideario colectivo, y se dejan atrás, a veces para siempre, prácticas perversas contra las que, pareciera, se revela el universo.
Pasó en la edad media. Los cincuenta millones de muertos que dejó la peste negra, población que tardaría casi dos siglos en recuperarse, y cambió para siempre la fisonomía económica y social de Europa. El campo, por el desplazamiento hacia las ciudades, quedó despoblado, obligando al hasta entonces rico poder señorial feudal a arrendar sus tierras, trabajarlas ellos mismos, o contratar agricultores con salarios más altos. Los señores perdían su capacidad adquisitiva al tiempo que los jornaleros veían aumentar su bienestar.
La inversión desde las ciudades llegó al campo con nuevas tecnologías que genera un ciclo alcista que repercute luego en todos los sectores. Surge una nueva clase burguesa que detenta el poder, presionando una nueva etapa de emprendimiento que toca la ciencia, las artes y la técnica dando paso al Renacimiento, una nueva era de esplendor, la aparición de la máquina y con ella el mejoramiento de la calidad de vida y salubridad de miles de personas.
Es la era de la aparición del papel, el reloj mecánico, los altos hornos, la imprenta, la biela-manivela, el sistema universitario y tantas otras innovaciones en la navegación y la cartografía que cambiarían para siempre la historia de la humanidad. Ni que decir sobre los avances en la prevención sanitaria como reacción de la ciencia al caos de la muerte y la pandemia. Es la etapa en la que la muerte debilita el mito cristiano del paraíso inclinando al hombre hacia el bienestar y la prosperidad terrenales.
Temprano pues para hacer predicciones pero es innegable que, ha sido un tiempo no solo para repensarnos como humanidad, sino además para construir algunas habilidades colectivas que van necesariamente, y para bien, a cambiar la fisonomía tanto del sistema capitalista imperante, que tiene que ser repensado y reparado, como de la forma en como está planteado nuestro sistema de producción y de consumo.
Saldremos con un modelo de liderazgo rehabilitado. Con exigencias hacia la empatía por los nuestros y sus familias; con esquemas de comunicación abiertos, transparentes, constantes, en donde la información no se detente en la cúpula suponiendo que son el oráculo del conocimiento, sino apelando a que siendo una información que llega a todas las instancias de la empresa, enriquecerá el aporte, la creatividad y activará la participación colectiva.
Saldremos con empresas con esquemas de cuidado hacia sus colaboradores fortalecidas, no solo frente a su bienestar físico sino también mental, apoyándolos en el manejo de su ansiedad y con programas hoy virtuales pero que han servido de refugio en esta etapa de aislamiento como la meditación y el yoga.
Saldremos seguramente con culturas empresariales pensadas para habilitar el trabajo colaborativo, el rompimiento de los silos, en donde la verdadera conexión con los demás sea un activo organizacional que acelere los procesos, que abrace la diversidad, que se sensibilice con nuestras necesidades familiares y las incorpore a una nueva forma de flexibilidad laboral.
Saldremos habiendo hecho una maestría en virtualidad, en capacidad tecnológica, en trabajo colaborativo remoto, en auto disciplina frente al resultado. Ambientes en donde se revalúa el desplazamiento (este solo cambio vale un metro completo), se promociona el trabajo desde casa, se fusiona la oficina con nuestro espacio íntimo y se aprende a convivir en el apoyando las tareas de la casa y educación de nuestros hijos.
Saldremos habiendo revaluado nuestras estructuras, sin duda muchas de ellas pesadas y burocráticas, eliminando procesos anticuados e innecesarios de control que poco o nada aportan. Florecerá la innovación, la creatividad, nuevas formas de hacer las cosas y atender al consumidor. Seremos de nuevo todos emprendedores, dolientes de cada centavo, conscientes de que cada peso cuesta, es difícil hacerlo y muy fácil perderlo. Todos trabajaremos en start ups con mayor vocación de riesgo y un sentido mayor de pertenencia para salvar el futuro de la empresa.
Seremos mejores, no me cabe la menor duda, más solidarios con los que menos tienen, más conscientes de nuestra responsabilidad frente al planeta. Seremos distintos, abrazaremos el cambio como una realidad ineludible, y empezaremos, ojalá, a darle un nuevo sentido a nuestra vida y un nuevo sentido a nuestro trabajo.