T uve la oportunidad esta semana de volver a Caño Cristales; podría ir mil veces. Sin duda es uno de los grandes tesoros escondidos de Colombia y del mundo. Es como dice Andrés Hurtado: “el rio que se escapó del paraíso”, o al decir de un poeta: “el arco iris que se derritió”.
Caño Cristales cautiva en toda su extensión, y atrapa los sentidos desde que el viaje comienza. La majestuosidad del rio Guayabero, el rabioso verde de la vegetación que lo adorna, las formaciones rocosas milenarias que hacen suponer que una fuerza superior se hubiera dedicado con esmero, pincel en mano, a dibujar con precisión este rincón de nuestro país que hoy enamora a propios y extraños y que lo ha convertido en uno de los destinos turísticos más publicitados en el exterior.
No puedo dejar sin embargo de lado, que lo que empieza a suceder en la Macarena desde el punto de vista de transformación social, abre un compás de esperanza frente a un país que anhela el cambio, que lo necesita, pero que rara vez logra articular las fuerzas sociales y del Estado para generar resultados concretos que impacten el desarrollo y el crecimiento económico.
No se nos puede olvidar que La Macarena, hasta hace muy poco, no era el municipio que tenía en su corazón el rio más bello del mundo como hoy se le conoce, sino el patio de atrás de una guerra sin cuartel con el bloque oriental liderado ni más ni menos que por el Mono Jojoy que tuvo allí su centro de operaciones desde que Pastrana lo declarara como parte de la zona de distensión y lo abandonara a su suerte.
Las carreteras, las hoy existentes, no son obra de un estado presente, sino construcciones resultantes de una ingeniería guerrillera que se apropió por años de la zona, gobernó en el lugar, tuvo en su seno una gran cantidad de secuestrados, y utilizó la zona como una de sus principales vías arterias para el narcotráfico.
Fueron ellos también los que financiaron la construcción de la iglesia, con parrandas y bazares que se hicieron en el pueblo, en cuyo mural original los campesinos llevaban armas que después del 2002 fueron repintados con palas y azadones en una escena que recrea la última cena, todos alrededor de un Jesús que todavía lleva en su hombro izquierdo la misma toalla que utilizara Tirofijo.
El viaje hacia caño cristales lo hicimos de la mano de Carlos, un guía de unos 22 años que pudo volver a la Macarena de donde “me había tenido que volar”, para ser entrenado junto con otros 12 muchachos de la zona por el Sena para armar una cooperativa que presta los servicios de ingresos y acompañamiento en caño cristales.
Antes de arrancar, en barcas perfectamente adecuadas y que mueven al año cerca de 17.000 turistas (la mitad extranjeros), nos hicieron dejar bloqueadores solares y repelentes que están prohibidos para no contaminar el eco sistema. Carlos y sus compañeros son obsesivos con la protección del medio ambiente (como tiene que ser) y muestran un respeto y un amor a su oficio que hacía tiempo no evidenciaba.
El turismo empieza llegar y parques nacionales, el ejercito y el sena han hecho un esfuerzo enorme por llevar algo de civilización a las empolvadas calles de un pueblo que parece detenido en el tiempo y que con las uñas se defiende para sobrevivir, a pesar de contar con un tesoro que envidiarían los grandes destinos turísticos del mundo.
Lo que por allá si no pegó, fue el Estado. Se acuerda de su existencia cuando hay que llevar al príncipe Carlos y su comitiva, pero una vez el avión despega (el único medio real para llegar a la zona), la nostalgia invade sus desoladas calles.
La Macarena cuenta al menos con un regalo divino. Pero si allí, donde todo está dado para construir un polo de desarrollo eco turístico no llega la presencia estatal, que suerte van a correr los tantos municipios de Colombia en donde la población no tiene literalmente fuentes de empleo ni subsistencia digna.
Los procesos de cambio al decir de una activista filipina se cocinan como un pastel de arroz: “Con calor desde abajo y calor desde arriba”. De nada sirve el activismo social hoy tan amenazado en Colombia, si el calor de arriba que llega con la presencia activa del estado no aparece, lo que los técnicos llaman “consolidación” y que no es nada diferente que aparecer con educación, salud, justicia y gobierno una vez se ha logrado desterrar la violencia.
Dejé a Carlos con la admiración y el agradecimiento que se tiene por quien se esmera de corazón por prestar un servicio de lujo. El amor por su tierra, su pueblo y por su caño son dignos de admiración y abren una luz de esperanza de que hay una generación nueva, que ajena al conflicto que vivieron sus mayores, esta ávida por trabajar y construir país y empresa.
No los podemos dejar solos. Ese país, que parece tan lejano de nuestras capitales, no solo es hermoso, sino que respira patria y futuro, y vibran igual, que todos nosotros, con los triunfos de Egan.