P onerle tinte político a la gerencia moderna puede ser estúpido, al menos osado si lo es, pero no dejo de pensar que en este mundo cambiante, en donde los problemas globales parecieran no discriminar por geografía, hacer un símil entre política y el mundo gerencial puede abrir espacios de discusión interesantes sobre todo en nuestro país en donde nos cuesta tanto diferenciar (se parecen mucho) entre distintos planteamientos políticos y modelos de liderazgo gerencial.
Y es que en este mundo de “indignados”, asqueados por la corrupción, presionados por el cambio tecnológico y digital, inundados por el cambio climático, golpeados por la incertidumbre y la falta de oportunidades, amenazados por la inteligencia artificial, discriminados por género, derrotados por el terrorismo y desilusionados por un futuro que asoma caótico; política y gerencia, país y empresa empiezan a parecerse.
El tren de la modernidad ha ido dejando rezagados a unos y otros, políticos y empresarios, que desesperados se aferran a modelos trasnochados. A estructuras aceitadas por la corrupción (de la que ambos son cómplices), y a modelos en donde el miedo, ha sido generalmente, su mejor arma.
En los extremos, izquierda y derecha siempre se han parecido en su radicalismo. Son ambos modelos de poder centralizado, dueños de dogmas, apalancados en el poder de las armas, el temor, la reverencia a quien detenta el poder, el servilismo, y la imposibilidad absoluta de confrontación. Sus modelos han sido sectarios, excluyentes y crueles y han causado guerras sangrientas cuyos efectos todavía hoy sufrimos transformados en terrorismo.
Este modelo, el de los extremos, también se arraigó en el mundo empresarial. Sus líderes se alejaron rápidamente del extremo izquierdo (que ha probado ser caótico cuando de economía se trata) para alinearse durante varios siglos con el de la derecha: Proteccionismo, favorecimientos impositivos y laborales, autoridad soportada en el miedo, sostenidas por la desigualdad imperante y por la falta de competencia.
Hoy todavía, miles de “empresarios” de esos de la vieja guardia, de esos que nunca se actualizaron y que se aferran a “hacer las cosas como siempre las hicimos”, siguen liderando bajo la ley del látigo, la injusticia, y la imparcialidad, acompañadas de culturas internas anacrónicas en donde poco o nada se invirtió en la gente.
Esos mismos ahora se rasgan las vestiduras y señalan con pavor y desdén a esta nueva generación de inconformes, de rebeldes sin causa que han llegado a sus organizaciones en unos casos para señalar sin miedo los desastres internos que encuentran, y en otros para salir despavoridos, prefiriendo el desempleo a tener que afiliarse con esquemas gerenciales de hace varios siglos.
Las nuevas generaciones con su irreverencia, su ansia de transformación, su candor y su afán de compartirlo todo se han dado de bruces con un estamento empresarial, que salvo contadas excepciones, no están a tono con las tendencias globales que curiosamente no son de extremos, más bien de centro izquierda si es que cabe la comparación.
Hoy los modelos de autoridad se han diluido. Es el conocimiento compartido, la comunicación, el trabajo ágil y por proyectos los que imperan en las organizaciones ganadoras. En estos el rol del líder, del jefe, ha cambiado al de ser un gran motivador al servicio de su gente y no el de quien detenta el poder, la autoridad y la oficina esquinera. Los grandes líderes hoy están al servicio de su cliente en primera instancia y de su gente en segunda instancia y no al revés.
La meritocracia hoy se impone vs modelos afiliativos tan proclives en los extremos, en donde la anuencia, el servilismo y el cepillo sirvieron por décadas para escalar la estructura gerencial. Se empiezan a imponer modelos de contratación y compensación flexible que promueven los cambios frecuentes de rol, saltos cuantitativos en ingreso pero habiendo arrancado de una plataforma igualitaria en oportunidades.
Se está invirtiendo masivamente en entrenamiento. Estamos en una era del conocimiento en donde las prebendas ganadas ya no sirven. Sólo a través de una base educada, que aprende a aprender y que reta constantemente el statu quo se ha logrado construir una estrategia ofensiva frente al mercado a la vanguardia en producto y en servicio. Aquellos que se llevaron todos los dividendos para su casa, sin dejar reservas para su gente llenan hoy los cementerios corporativos que desafortunadamente son cada vez más grandes.
El mundo de los fanatismos de extremo ha probado ser nefasto tanto en lo público como en lo privado. Los dogmas, hoy, no sirven para nada diferente que para alentar a incautos y a imbéciles a arrollar transeúntes por las calles del mundo. Son fanatismos que solo siembran dolor. Es por el camino del centro por donde terminaremos reconstruyendo espacios aptos para las generaciones de hoy, y para el mundo del mañana.