E n este caótico y difícil mundo corporativo, en donde la economía global obliga a hacer virajes permanentes a los modelos estratégicos (la nuestra se lleva todas las palmas) y ajustes sensibles en sus organigramas, aparece siempre, como solución potencial, ese nuevo líder, esa estrella fugaz que todo lo puede, capaz de arreglar lo que muchos han logrado desordenar por décadas.
De eso vivimos los reclutadores ejecutivos. De identificar, como sucede en el futbol, artistas que son capaces, las más de las veces con recursos similares a los de sus antecesores, de hacer cambios de alineación que den a los accionistas una luz de esperanza frente a las vicisitudes de este complejo entorno llamado economía en donde es cada vez más difícil y complejo competir y dar resultados.
A pesar de que existen, y hay por supuesto casos excepcionales que adornan las carátulas de las revistas gerenciales, la verdad es que esos genios hacedores de milagros son bien escasos. Su éxito parecería radicar, no tanto en su capacidad para ver la luz donde muchos veían oscuridad, sino en modificar la forma en cómo se hacen las cosas, para las más de las veces, con el mismo talento, marchar de manera diferente.
A esto se le llama cambio de cultura, y no me cansaré de hacer énfasis en que la fórmula no está en el “Que”: está en el “Como”. El 70% de los fracasos ejecutivos (esto está probado), no tienen su causa inmediata en la falta de capacidad de este para entender el negocio, definir una estrategia, calibrar a la competencia, eliminar las redundancias, rediseñar los canales o hacer ajustes drásticos en distribución, precio, o en la forma en cómo se comunica a los consumidores. Está en cómo diseño mi cultura interna para hacer que las cosas sucedan.
En nuestro país tenemos en este sentido unos lastres de altísima complejidad:
En este escenario parecería asomarse una luz de esperanza que viene de la mano de estas nuevas generaciones que no sólo aquí, sino en todo el mundo entero, están desamarrando las anclas del pasado y mostrando caminos alternos que hoy generan crítica pero creo firmemente son la solución hacia un mundo corporativo más lógico.
Los Millennials no creen en las jerarquías, creen que tienen el derecho legítimo a dar su opinión. Esa irreverencia, habilitada por el acceso al conocimiento que hoy apalanca la tecnología, ha permitido revisar más de un plan de negocio con éxito. Los Millennials, como dicen ellos, no le “comen” al poder.
Los Millennials valoran el riesgo de manera diferente. Les permitimos equivocarse, de carrera incluso sin que fuera el fin del mundo. Ven en el volver a empezar una alternativa con costos menores. Saben que de la mano de los errores, cuando estos cuentan con el adecuado patrocinio, llegan las grandes creaciones.
Los Millennials son gregarios. Crecieron en un mundo en donde los valores colectivos priman sobre la individualidad. La tecnología los llevo desde temprano a compartir,..todo sin pudor alguno. Usan la potencia de las redes para habilitar sus ideas, fondear sus proyectos, encontrar alternativas de bajo costo y porque no incluso pareja.
El mundo cambió y veo con angustia algunos patriarcas que siguen liderando el mundo como hace 50 años, mientras sus reinos se derrumban, su mejor talento se aburre como ostras, y lo que es peor, empiezan a crear una imagen de ser empresas que siguen con un ideario y una forma de operar que funcionó hace unos años, pero que esta mandada a recoger. ¡A esas empresas no las va a salvar ninguna estrella!.