A cabo de terminar El líder sin cargo libro de Robin Sharma que al igual que su primera obra, El monje que vendió su Ferrari, ha sido de nuevo un completo éxito en ventas. No estamos ni mucho menos frente a una gran obra literaria. Los libros de Sharma no tienen la pretensión de serlo, pero tienen para este mundo complejo y enredado en el que todos nos azotamos constantemente, una inmensa practicidad y un mensaje que sin duda deja elementos de reflexión.
Los libros de autoayuda tienen esa fórmula que por momentos nos llevan de nuevo a la literatura piscinera tipo Corín Tellado. Su estructura, las más de las veces novelada, logra enganchar al lector desde el inicio proponiendo temáticas que a todos nos tocan, y que a todos aplica como que habla de la vida misma con situaciones que por genéricas nos permite identificarnos.
Caen frecuentemente eso sí, en soltar como receta de cocina fórmulas precisas y simplistas como pócima mágica y definitiva: Las 5 maneras para dejar de fumar, Los 10 principios de la felicidad, Los 7 alimentos esenciales de la dieta balanceada, o Los 5 principios claves de la vida en pareja. Todos bien intencionados seguramente, pero carentes por completo de sustento científico, titulados, eso sí de tal manera, que garantizan de antemano su éxito y que hacen parecer a sus autores como grandes gurús en su tema.
El libro de Sharma cae a mi juicio un poco en ese error. Lo hace de manera inteligente, interpuesta persona, creando personajes, (4 gurús en este caso) que a través de acrónimos dictan la receta del liderazgo y de paso de la realización personal. No se aleja de las recetas y nos deja con cerca de 25 puntos (no está fácil) que hay que ejercitar para dejar nuestra huella en el universo.
Independientemente de sus pretensiones, es su reflexión alrededor de una realidad, esa sí común en nuestro planeta, la que una vez más da en el clavo. Sharma habla de la infelicidad del ser humano, del vacío del profesional, del tedio del oficinista del común, del desespero en general de un ser humano que odia su forma de subsistencia.
En esto como sociedad hemos progresado poco a pesar de las conquistas laborales que mejoran sin duda las condiciones de subsistencia. El modelo de producción sigue siendo de alguna manera masivo con un ser humano que navega en estructuras diseñadas para perder poco a poco su individualidad y de la mano de ésta sus sueños.
Nuestras estructuras organizacionales tienen diseños anacrónicos que recogen de las fuerzas militares, de la iglesia y del sistema educativo modelos que premian en pleno siglo 21 la jerarquía y con ellos valores mal entendidos que desdibujan la individualidad. Nuestro modelo educativo sobre todo, recoge desde el discurso el valor del talento personal, pero sigue educando en masa con esquemas diseñados hace más de un siglo que se enfocan en darnos acceso a un mar de conocimientos sin detenerse en los talentos individuales.
Lo paradójico es que al mismo tiempo idolatramos como sociedad a los rebeldes. Aquellos que se salen del molde. Esos pocos que luchan contra un modelo de masas y que las más de las veces a punta de talento, de disciplina y por supuesto de carácter prueban una y otra vez que en la individualidad reside la esencia, si se quiere la divinidad del ser humano.
Salirse del molde está probando ser una receta lógica que en el largo plazo entrega más réditos. La esperanza parecería recaer en lograr comprender que la conexión real, el placer, el disfrute pleno y la realización residen en la conexión íntima con uno mismo. En desmarcarse, no en parecerse.
Creo que hoy como nunca en la historia, aquí se abre una luz de esperanza y en este sentido Sharma llega al punto central. Su fórmula secreta no está en la aceptación de un destino predeterminado sino que parte del autoconocimiento, de la potencia de los que se descubren únicos y tienen la fortaleza personal de luchar por defenderla.
La receta del líder sin cargo es la de un ser humano que después de entender sus talentos, descubre que no se necesita ser parte de la jerarquía con poder para aportar un grano de arena a este mundo por mejorar. El líder de Sharma se enamora de sí mismo, de sus capacidades, y desde ahí sale a recrearse haciendo lo que más le gusta, no lo que le dictan los parámetros sociales.
El libro vale la pena y es perfecto para estos días de asueto en que por distintas razones tenemos espacio para reflexionar. Termina con un valor que siempre le hemos asignado a los hombres grandes: la valentía.
Detrás de cualquier decisión radical, aquellos que han logrado la plenitud, parecieran tienen con elemento en común una vocación inalterable por defender frente a cualquiera su decisión de vivir de acuerdo a sus sueños. Esa valentía los ha hecho grandes pero es castigada en un mundo que sigue navegando en la comodidad de manejar masas y que se enreda cuando aparecen aquellos que se rebelan y deciden vivir desde la coherencia de dejar su huella.