E l Homo Sapiens entendió temprano en su proceso evolutivo que para asegurar su supervivencia las normas aparecían como la creación intelectual lógica para generar una armonía que les permitiera una pacífica convivencia. Su construcción no fué sin embargo producto de la sana unión de intelectos, fue más bien la imposición de la autoridad de turno.
El poder, ungido por la fuerza en estadio primitivos se llenó de mandamientos, reglas, normas, edictos, códigos, leyes y manuales de convivencia, limitando así la libertad individual en pos de una aparente civilización que nos permitiera, en el mejor de los casos no matarnos, en unos pocos castigar al agresor (aquí eso como que no pegó) y en general administrar las pasiones humanas tan propensas a querer meterse con la vida del otro.
El primero tal vez fue el Código de Hamurabi creado en babilonia en el 1.750 a.c. Lo interesante de este código que pretendió regular la Ley del Talión, es que si bien lleva el nombre del rey del momento, no fue dictado por este sino por el dios Shamash quien le entrega las leyes al mismísimo Hamurabi.
Shamash creía en la jerarquización de la humanidad, es decir por origen divino se llegaba a este mundo a hacer parte de una de las tres castas posibles: Los Hombres Libres, los Siervos y los esclavos. Las leyes de Hamurabi reflejaban esta realidad. Cuando un hombre superior mataba a una mujer esclava por ejemplo, tenía que pagar a su dueño 20 siclos de plata (unos 166 grs) y solucionado el “impase”.
Así se dictaba justicia entonces. La religión cristiana tiene ejemplos similares en el antiguo testamento con un dios diferente, también generador de leyes. Moises, al igual que Hamurabi, le toco fajarse tremenda escalada al monte Sinaí para recibir de dios los 10 mandamientos que con el “Amarás a dios sobre todas las cosas” dejaba claro entre otras la distancia entre la jerarquía divina y la de los mortales.
Este modelo legislativo, genera desde entonces las jerarquías que han gobernado a la humanidad desde entonces, con Reyes a la cabeza, generales para defender lo conquistado y un clero que ha servido de intermediario con lo divino, modelo calcado luego al mundo de los negocios.
Las estructuras organizacionales que todavía hoy manejan el aparato productivo global son una fiel copia de los organigramas dictados por los dioses y se les rinde similar pleitesía, a pesar de que en la era moderna empiecen a existir indicios de que dios ha tenido que adiestrarse en herramientas tecnológicas como Facebook y twitter simplemente para poder atender una población global que por grande se volvió inmanejable.
El problema corporativo actual es de alta complejidad porque ese orden aparente que sólo unos pocos se atrevieron a contravenir (los quemaron por herejes), empieza a desordenarse. Durante más de dos siglos subir en la estructura gerencial (humana y divina) era un tema sencillo: Trabajar con el sudor de la frente, obedecer las jerarquías y tener paciencia para con el tiempo llegar a contar con los favores de los grandes sabios que entonces ungían a sus preferidos con títulos de Reyes, Generales, Cardenales o Gerentes. Dentro de este modelo obedecer era una virtud y controvertir pecado de altísima peligrosidad.
El problema de la edad moderna es que el ser humano ha empezado a controvertir la alienación jerárquica de tantos siglos encontrándose tal vez con lo peor de los dos mundos: Una lícita aspiración de individualidad y aporte, en el contexto de un esquema organizacional bizantino que sigue operando como en tiempos faraónicos.
A esta tensión Spicer y Alvesson la han denominado estupidez funcional que constituye una forma de gestión que consiste en promover la falta de justificación y de explicación respecto de las decisiones tomadas, eliminando toda reflexividad y obviando los razonamientos de fondo. Obrar de esa manera permite a quien ejerce el poder no detenerse en explicaciones, puede proporcionar una sensación de seguridad y suele conseguir que las compañías funcionen en su día a día sin fricciones (ahorra tiempo, fortalece el orden organizativo y elimina las tensiones provocadas por la duda y la reflexión) pero suele producir consecuencias muy negativas a medio y largo plazo. En especial, cuando las organizaciones tapan los errores y los problemas que surgen y tratan de silenciar a quienes los señalan. Los errores ignorados se acumulan causando desastres, pero lo que es peor es que limita y desmotiva a un ser humano cada vez más talentoso pero a su vez ávido de espacio para crear, influir y progresar.
La estupidez funcional se ejerce basándose en la economía de persuasión, lo que implica manipulación, control y bloqueo de la comunicación, ejercicios de poder, gestión desde la estupidez, autolimitación de la reflexión y un largo etcétera que asegura el statu quo, sobre todo de las estructuras de poder, pero aniquila en futuro de las organizaciones.
El mundo corporativo está viviendo esa terrible etapa de la historia en la que como decía Martin Luther King estamos pasando de la ignorancia sincera en la que vivimos por siglos a la estupidez concienzuda. ¡Dios salve a la reina!.