Bogotá, de acuerdo con el estudio “Best Cities” de la Unidad de Inteligencia de The Economist, se ubica en el puesto 50 entre 70 ciudades capitales y de penúltima en América Latina a sólo cuatro puestos de Caracas. Los criterios que para ellos priman como relevantes a la hora de medir calidad de vida o “habitabilidad” son: Estabilidad, Salud, Cultura y Medio Ambiente, Educación, Infraestructura y Características Espaciales (espacio verde, expansión, activos naturales y culturales, conectividad y polución).
Como cuando de rankings se trata las discusiones son profundas alrededor de las metodologías (sobre todo si las defiende Petro), en un estudio similar realizado por la firma Mercer este año (incluye 39 criterios) a Bogotá tampoco le fué bien;quedamos en el poco honroso 131 entre 230 y en el puesto 90 entre 97 de acuerdo a otra más reciente realizada por Numbeo.
La OCDE fabricó un índice adicional, El de Una Vida Mejor, que en sus once factores incluye el de Balance entre Vida y Trabajo que mide fundamentalmente las horas semanales trabajadas en promedio, el tiempo de desplazamiento diario hacia el trabajo y finalmente la relación entre Ingreso y costo de vida. En otras palabras mide la inversión de tiempo y esfuerzo humano demandado por una economía local (en este caso la Bogotana) para obtener aquellos beneficios a los que aspiramos todos sus ciudadanos no importa el estrato, la condición social o el nivel de educación.
Este índice mide comparativamente el retorno de nuestra inversión en tiempo y en dinero para obtener esos bienes a los que todo ser humano aspira por el simple hecho de radicarse en un lugar, dedicarle su tiempo y energía a un trabajo, y pagarle a un estado o en este caso una ciudad como el socio importante que es de nuestro ingreso via impuestos locales. En este campo la pérdida de competitividad de Bogotá ha sido enorme.
La racionalidad democrática no puede por ningún motivo desligarse de estos factores. Nuestro enriquecimiento o empobrecimiento como sociedad está íntimamente ligada a la capacidad de un país en lo macro y de una ciudad en lo local, de generar las condiciones que habiliten la consecución de estos beneficios y la pérdida relativa de competitividad el mayor propulsor de las migraciones y la perdida de talento colectivo de una sociedad. Bogotá empieza a perderlo.
Se acaba, gracias a Dios, la era Petro, experiencia nefasta para una Bogotá que después del desfalco del que venía puso su esperanza en esta” Bogota Humana” que ha sido escasa de visión, penosa en ejecución y pobre en liderazgo, logrando reposicionar a la capital lejos en los rankings mundiales de calidad de vida. Los datos ni son míos ni son inventados.
La decisión de elección de alcalde, esa que frecuentemente trivializamos por falta de estudio, es simplemente determinante en nuestra capacidad de construcción de patrimonio familiar, posibilidades de crecimiento y riqueza como sociedad. Son nuestros impuestos los que terminan siendo bien o mal gastados.
Ahora que las encuestas dejan atrás a Pardo, que hizo entre otras una gran campaña, parecería nos enfrentamos solamente a un par de opciones. Clara y la izquierda que durante doce años demostraron su incapacidad para construir riqueza colectiva, y Peñalosa quien tendrá entre otros mi humilde voto y que probó en su anterior alcaldía la habilidad que demanda un burgomaestre.
El tema de fondo no es ya que tan buen candidato es, que tan fluido es su discurso o que tan simpático nos caiga. Bogotá necesita alguien que conozca cada esquina de esta ciudad, que tenga una visión de aquellas obras con mayor retorno en el bienestar ciudadano, que refuerce las políticas exitosas en materia de salud y educación, que retome las políticas de cultura ciudadana, de norte al ordenamiento urbano y ponga coto al problema de la movilidad que hoy es un impuesto disfrazado a nuestro bienestar que calculan los expertos en más del 35%.
Bogotá necesita experiencia gerencial. Las diferencias de fondo entre los candidatos no radican en su visión de largo plazo ni en los temas prioritarios que nos aquejan: hay mas coincidencias que diferencias entre ellos. La diferencia de fondo está en la forma, en cómo los candidatos van a articular el cambio, en cómo van a operacionalizar sus promesas, en cómo van a gerenciar los recursos y en cómo van a construir equipos con capacidad y liderazgo. No podemos seguir improvisando!.