A dam Smith es el padre de la Economía Política. Su obra “La Riqueza de las Naciones” planteó como tesis central que el bienestar social se fundamenta en el crecimiento económico potenciado por la división del trabajo y la libre competencia. El egoísmo humano y la “pereza” hacen parte velada de su tesis, que encuentra en el salario el estímulo que “necesita” en contrapartida el ser humano como aliciente para sacarlo de su cama.
Nuestro estructura laboral poco se desvía de Mr Smith que murió hace siglo y medio. Mantenemos un sistema de especialización del trabajo que pareciera lo refuerzan políticas públicas de atracción de capitales exentos cuando de construir “competencias” se trata; un sistema salarial que poco ha variado; y un modelo de contrato laboral que exige dedicación exclusiva bajo un esquema de horas empleadas que poco ha cambiado en el tiempo.
Lo irónico del sistema es que mientras hordas humanas se dirigen a su sitio de trabajo bajo los mismos parámetros de hace un siglo, las grandes conquistas humanas, como las mejoras en la salud que impactan nuestra longevidad y capacidad de trabajo, la tecnología que hace más eficiente la comunicación y más productiva toda la cadena de valor, nos hacen cada vez más esclavos de un modelo económico que tiene dentro de sus grandes logros el haber aumentado la edad de pensión: Algo anda mal.
Como no hay mal que dure cien años, la sociología empieza a estudiar con interés a un grupo humano que pareciera se salió del molde impuesto por Smith, Ricardo y compañía, y empieza a mirar el mundo con un lente bien diferente al de sus antepasados: Los Millennials.
Estos bichos raros, nativos digitales y diestros en el uso del dedo gordo, empiezan a rebatir el statu quo y a criticar con algo de cinismo a padres y abuelos por hacer parte de una generación que no fue capaz de combatir un modelo económico y social que para que seamos francos tiene una gran cantidad de fisuras.
Son hijos, muchos de padres separados, que priorizaron su trabajo (ese de 8 horas diarias y 15 días de vacaciones al año) a la construcción de una familia. Son estudiantes que no entienden cómo la mayor revolución de nuestra era, la digital, mayor incluso que la industrial y que hoy permite construir mayor productividad, lo único para lo que ha servido es para hacernos más esclavos de horarios y estructuras anquilosadas. Son ciudadanos del mundo, esos que viajan con pocos recursos, hacen amigos en todas partes y disfrutan de lo cotidiano, a los que les impresiona la falta de emoción de unos padres que deben planear por mucho tiempo e hipotecar su flujo futuro, para poder “disfrutar” de un merecido descanso. Son ambientalistas, conscientes del riesgo de acabar con nuestros recursos y fieros defensores de la igualdad entre muchas otras cosas.
En el marco laboral los Millennials son curiosos, creativos, demandantes de aprendizaje constante y enemigos de la mediocridad y de normas retrogradas. No entienden que la ecuación de éxito tenga que estar unida a la paciencia que implica esperar a crecer en una estructura jerárquica. Son amigos de proyectos cortos, retadores y cambiantes y no tienen problema alguno en migrar una vez el reto se haya acabado. Son insaciables, quieren más y tiene los medios para hacerlo porque su lente de valores cambió y empieza a retar a una sociedad que evoluciona a paso de tortuga.
Empezamos a vivir por primera vez en años, al menos en lo que a la estructura laboral se refiere, una época en donde una nueva generación empieza a retar de frente y con alevosía el modelo de valores y la estructura ética de una sociedad global que pareciera tratar de defenderse ante la miopía para manejar el cambio. Esta nueva generación llegó para darle un aire fresco al debate: No tendrán razón?