El problema de la integridad, tema que por supuesto sigue vigente, es que existe una distancia importante entre el hacer lo correcto y hacer correctamente las cosas, espacio que generalmente está minado de “sobre costos” que desafortunadamente las organizaciones no siempre están dispuestas a asumir, pero que sin quererlo impactan directamente el estado de resultados con daños reputacionales, exceso de estructura, política y falta de claridad en el comportamiento, todos estos costos ocultos que usualmente no se ponderan.
Cuando Si significa Si y No significa No, empleados, proveedores y clientes tienden a apegarse fácilmente a la estructura de valores que pregona la compañía, exigiendo estándares, pero sobre todo facilitándole a todo el mundo la toma de decisiones y el manejo de conversaciones difíciles dentro de un marco de honestidad que claramente tiene que partir de arriba.
Lo interesante del tema es que parecería, además, que tiene un retorno directo en las utilidades. En este sentido un reciente estudio del profesor de la Universidad de Cornell, Tony Simons: El Dividendo de la Integridad, muestra, tomando como ejemplo 76 franquicias hoteleras, como aquellos con mejor calificación dentro de sus empleados en la escala de integridad, tenían retornos económicos superiores. A la misma conclusión llegó recientemente el profesor Luigi Zingales de la Universidad de Chicago que en encuestas a empleados de más de 1.000 empresas Norte Americanas valida como aquellas con una cultura de “mantener su palabra” eran mucho mas rentables.
Parecería finalmente que algo mágico de la integridad es que además de habilitar dentro de las diferentes estructuras la capacidad de confrontar los errores, habilita de la misma manera la creatividad para salir de problemas que en otras culturas simplemente se ocultan debajo de la alfombra, se adornan de comunicaciones vagas y se nutren de política y paternalismo.
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