Hay decisiones en la vida, que al margen del dinero y el tiempo que demandan, exigen sobre todo, berraquera. Invité a Christian Byfield a que compartiera con nosotros en este blog su historia:
Tener un año sabático o no, una pregunta que estuvo rondando en mi cabeza tiempo, mucho tiempo, incluso me la seguía haciendo un par de semanas después de haberlo empezado. Soy Christian Byfield, ingeniero industrial de Bogotá. Mi vida profesional empezó en una banca de inversión, seguida de un par de años en consultoría gerencial estratégica. Tenía un muy buen trabajo, lo disfrutaba, era bien pago, podría haber seguido ahí muchos años más. Una parte de mi cabeza me decía que tenía que seguir, una presión social o como se quiera llamar de trabajar duro hasta pensionarse. Una presión que no lograba entender del todo.
Mi pasión, viajar, viajar como mochilero por el mundo, la limitación principal tiempo. No soy de las personas que hacen 5 países en 15 días, empecé a pensar en hacer una vuelta al mundo, qué mejor plan que ese, conocer sitios y gente de todo tipo de contextos, religiones. En un viaje de trabajo, extendí mi tiquete después de una reunión en Neiva y me fui directo a San Agustín, sitio al que le debo haber tomado esta sabía decisión. Conocí a una persona haciéndolo, me quedé charlando con él por horas.
Empecé a pensar en parar este “modelo” de vida que mucha gente cree ser el correcto. Hice cuentas, tenía los ahorros, ahorros que servirían para comprar un carro o dejarlos para la cuota inicial de un apartamento, pero el uso sería darme mi año sabático. Monetariamente no tiene mucho sentido, dejar de ganar sueldo y empezar a gastar. Para mi más importante vivir lo que estoy viviendo frente a lo que dejé de ganar y ahorrar. Compré mi tiquete vuelta al mundo, reacciones de todo tipo de mi gente cercana. Desde irresponsable, loco, que tendría fuertes implicaciones en mi corta vida laboral hasta de admirar y tener berraquera y hacer algo diferente.
Cinco meses después estaba aterrizando en mi primera parada Addis Abeba, Etiopía. Las primeras semanas no fueron fáciles, me seguía cuestionando si era un irresponsable o no. Definitivamente es muy difícil salir de la zona de confort. Durante los vuelos, las primeras noches, muchos pensamientos pasaron por mi cabeza, incertidumbre de lo que iba a pasar conmigo; pensé varias veces devolverme, pedir “cacao” en mi trabajo y seguir con este famoso modelo de vida. Sin embargo, esos pensamientos se fueron con el vapor que salía del cráter del volcán en el norte de Etiopía.
Nunca había visto un cráter activo, su lava, lava del centro de la tierra. En ese punto ya había visitado un par de sitios, había nadado con tiburones ballena, había estado en fiestas locales con gente amigable que me invitaba a sus casas. Ahí me di cuenta que no hay nada más importante que vivir, especialmente cuando uno es joven y tiene la energía para hacerlo. Además entendí porque el tiempo libre para uno no tiene precio, precio alguno.
Estoy haciendo mi viaje solo, eso implica tomar decisiones todos los días, dónde dormir, cómo moverse, en qué personas confiar, en cuáles no. El cerebro está recibiendo estímulos nuevos todo el tiempo, en términos de costumbres, religiones, olores y sabores. Ideas empiezan a surgir gracias a personas que se cruzan y enseñan en el camino.
Los días pasan, cada día aprendo más de mi, de las personas, de este mundo que habitamos, leo lo que quiero leer, hago sólo lo que me haga feliz, alarmas solo para ir al aeropuerto o para ver amaneceres, un año donde lentamente uno se va enamorando de la vida, de mi vida, mientras voy dejando atrás muchos estereotipos, pensamientos con los que crecí que no me aportaban nada, siendo más congruente con lo que es mi verdadera pasión. Estoy escribiendo bastante de mis días por el mundo y muchos de mis lectores y amigos me escribían sobre la “envidia” que les daba a lo cual respondía: “ud lo puede hacer”. El humano puede poner trabas infinitas para cualquier tema, siempre habrá algo “más” importante, o dejarlo para el próximo año, año que nunca va a llegar. Es cuestión de decisión, de tener las ganas y hacerlo. Ganas de tener un año de ensueño, de felicidad, que dure más de 15 días hábiles, donde el estrés es por no ver un tigre salvaje o por que los orangutanes no aparezcan en su su habitual selva húmeda.
Volver, eso todavía no lo he vivido, he aprendido a dejar de pensar tanto en el futuro. Salí de Colombia hace ocho meses, estoy en este instante en un ferry rumbo a la isla de Komodo para conocer sus dragones, seguro será fuerte acoplarse a la vida laboral otra vez. Fuerte acoplada pero llegaré siendo una persona totalmente diferente, con diferentes prioridades de vida, con un año de experiencias y cientos de personas conocidas que me van a alegrar el resto de mi vida. El costo real: un año de no recibir sueldo y gastarme gran parte de mis ahorros, costo totalmente insignificante para lo que ya viví y sigo viviendo. Como diría mi tía abuela, a uno nadie le quita lo bailado, viajado y vivido.
Es cuestión de decisión,